Una película moralmente decadente pero artísticamente impecable.
El lobo de Wall Street es algo más que un tour de force cinematográfico, una mágnum opus que atestigua el virtuosismo de su director, Martin Scorsese, y su protagonista principal, Leonardo DiCaprio.
De primeras, abordemos el papel de Scorsese en la elaboración de la decadencia moral. Con un ojo de genio para los detalles más nimios, construyó un mundo que simultáneamente es lujoso y repugnante, equilibrando los elementos lascivos de la película con amargos momentos de vulnerabilidad. La cámara de Scorsese nunca rehúye; en cambio, confronta y seduce, captando con igual habilidad las fiestas escandalosas y los concurridos intercambios comerciales. Su distintiva agilidad hace que las tres horas de duración se sientan sorprendentemente rápidas.
Sin embargo, la joya de la corona de esta obra maestra es la interpretación de Leonardo DiCaprio como Jordan Belfort; él nació para retratar el papel. DiCaprio desempeña el rol con una intensidad incendiaria que se torna electrizante al presenciarlo. La interpretación de Leonardo DiCaprio como Jordan Belfort es el corazón y el alma de la película. Es aquello que lo hace tan palpitante.
En la película, el desempeño de DiCaprio no es meramente una actuación; es una encarnación sublime del personaje.
El hambre voraz en sus ojos, la arrogancia desenfrenada en su andar, el carisma incomparable y el encanto maníaco en su forma de hablar se suman a un estudio de personaje muy detallado.
Su perfecto empleo de movimientos sutiles, tonos emocionales cambiantes y toda la gama de expresiones humanas sitúan a la película en el ámbito del cine legendario.
Su química con la cámara es eléctrica, dando una sensación de inmediatez y energía completamente cautivadora.
Desde la audacia arrogante y la experiencia persuasiva hasta los momentos de desesperación, la interpretación de DiCaprio es una encarnación fascinante de la avaricia y la altivez insaciables.
DiCaprio nos ha brindado muchos papeles increíbles a lo largo de sus años de carrera, pero aquí alcanza el pináculo de su éxito artístico.
Una actuación perfecta que mereció mucho más que la frialdad que recibió en los Oscar.
Sigue siendo una de las mayores injusticias en la historia de la Academia no haber ganado por esta increíble actuación.
En términos de posición moral, El lobo de Wall Street bien puede ser una de las historias éticamente más reprobables jamás contadas en pantalla. No obstante, su brillantez reside en esta misma transgresión. No requiere nuestra aprobación; exige nuestra atención. Nos revela un mundo de corrupción de bienes suntuarios que no tiene moral, y no podemos evitar interesarnos en saber de qué se trata.
La ironía aquí es exquisita: ¿Cómo puede una película que glorifica lo peor de la naturaleza humana hacerlo con tanto arte? Esta dicotomía, esta tensión entre el mensaje y el medio, es lo que distingue a la película como una obra genial.
La interpretación de DiCaprio de Jordan Belfort seguirá siendo para siempre un ejemplo de maestría interpretativa, un papel ejecutado de manera tan perfecta. Una interpretación tan matizada y fascinante que debe verse como uno de los personajes más convincentes jamás llevados a la pantalla grande.
El lobo de Wall Street se sitúa en ese festín de películas bien hechas para personas que pueden soportar lo malo que moralmente es. Muestra a sus espectadores cuán moralmente arruinado está su mundo.
Al final, esta película es una joya tormentosa, un espectáculo determinante que ha elevado el nivel del arte cinematográfico. Pero DiCaprio es el que más destaca porque es el centro de esta enorme historia. Su acto es una de las cosas más sorprendentes jamás vistas en una película.
El lobo de Wall Street es indubitablemente una película de carácter inadecuado, y a la mayoría de aquellos a quienes no les gusta se le atribuye a razones morales. Sin embargo, no podemos pasar por alto su excelsa construcción. El hecho de que aborde la depravación moral no le quita valor a su impecabilidad. Es una amalgama cautivadora de delicadeza de dirección y excelencia interpretativa.