El regreso triunfal de Martin Scorsese a su verdadero estilo de cine se ha hecho esperar. Tras sus fallidas 'La invención de Hugo' (2011) o 'Shuttler Island' (2010) y tras haber tocado el género del documental de nuevo con 'Shine a Ligth' (2008), el Scorsese que todos conocemos y amamos vuelve con más fuerza que nunca. Más en la línea de 'Casino' (1995) o 'Goodfellas' (1990) que de 'Infiltrados' (2006), lo nuevo del director neoyorquino es una brillante muestra de agilidad, frenética destreza del lenguaje visual y un estupendo recorrido por los años ochenta y principios de los noventa de la mano de uno de los mayores embaucadores que la sociedad yanqui ha tenido. Con una historia real, Scorsese nos introduce en los asquerosos fondos de la vileza humana. Nos transporta a un estado mental que sólo puede ser saciado con un deseo: más Scorsese como éste.
Obsceno, quedaros con esta palabra pues seguro que la oiréis muchas veces relacionándola con esta película. Dirán que desde la vida real del personaje en la que se basa, Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) hasta el último detalle minucioso de esta colosal cinta es obsceno. Pues bien... sí, ¿y qué? Scorsese no sólo ha sido obsceno, ha sido ambicioso, grandilocuente, monstruoso, vertiginoso y voraz. Sobre todo esto último, pues demuestra volver a tener hambre. Una descontrolada hambre de cine como hacía tiempo no le veíamos. Casi veinte años de espera para volver a disfrutar del endiablado ritmo de un genial Martin. Gracias por volver.
Terence Winter ('Boardwalk Empire', 'Los Soprano') ha escrito un trepidante guión sacado de las páginas del libro del personaje real. Un broker de Wall Street tan decadente, manipulador y borracho de sí mismo que ciertos pasajes son a duras penas creíbles, pero que en manos de otro realizador hubieran sido meras caricaturas. Con Martin no. El creador de mitos como 'Taxi Driver' (1976), 'Toro salvaje' (1980) o 'Jo, qué noche' (1985) nos vuelve a entregar un delicioso y tierno bocado de cine. Auténtico cine, cien por cien Scorsese. Con la genial fórmula de tener como Cicerón al personaje principal ('Uno de los nuestros' o 'Casino') el director acompaña con su inquieta cámara a éste, siendo nosotros una especie de Dante.
Bajaremos al Infierno de Belfort, previo paso por el purgatorio y el paraíso (ya sé que el orden es otro). Seremos testigos de los excesos, atrocidades, depravaciones, desvaríos y demás efectos que el personaje sufre y hace sufrir durante las tres horas, que se hacen cortas, de su duración. Un catálogo espléndido del compendio del cine de Martin. Tiene lo mejor de una experimentada carrera. Ha dejado fuera sus traumas, dudas o preguntas. Es un directo a la mandíbula. No es apta para escrupulosos o sesudos de medio pelo que nunca han sabido valorar en su justa medida el vasto universo personal (e infernal) de este pequeño pero grandioso hombre parido en las calles de New York.
Sexo, drogas y dinero. No por ese orden, cualquier orden es válido. Aunque si tienes lo último, lo tienes todo... y por siempre. El tándem Scorsese-DiCaprio funciona como un jodido (homenaje a las 508 veces que se dice en el film) reloj suizo. Es posible que Leo no lo sepa, pero se está convirtiendo en el Robert De Niro del siglo XXI (en lo que se refiere a la carrera de Scorsese). En este intercambio de talentos es obvio que el mayor recompensado ha sido DiCaprio. Su filmografía e incluso la visión que teníamos de él ha mejorado y mucho. Aquí está tan enorme, tan descomunal, tan genuino... que sólo se le puede calificar como a su personaje: un lobo. En las escenas más controvertidas del film siempre está DiCaprio en ellas involucrado. Se han tildado dichas escenas de su fuerte contenido sexual, explícito y gratuito (sodomidación, masturbación, orgías...) o que se abusa de la secuencias que fomentan el consumo de drogas. Nada que hoy en día no encuentres al encender la TV, pasees por un parque o hagas en un cuarto de baño. No sean tan mojigatos.
El elenco, coral como siempre pero genial como nunca, es una delicatessen para los amantes del cine. Un reparto en el que destacan dos bestias por diferentes motivos. Matthew McConaughey, que con apenas 4 minutos en pantalla define la esencia del film, de los personajes y del estilo de vida de la sociedad americana en los últimos 30 años. Johan Hill, todo un descubrimiento sacado de las atrofiadas comedias yanquis para dar un recital que asombrará hasta a los más puristas. El resto de actores es una terna por la cual desfilan en pequeños (o grandes) flashes gente de la talla de Jon Bernthal ('The walking dead'); Kyle Chandler ('King Kong'); Rob Reiner (director de 'La princesa prometida'); Jon Favreau ('Iron man'); Spike Jonze ('Adaptation') o Jean Dujardin ('The artist').
Retrata la vida de Wall Street de la forma más surrealista, imposible e inhumanamente digerible desde el punto de vista de un grupo de seguidores del encantador de serpientes que es Belfort-DiCaprio. Como si de un Gordon Gekko ('Wall Street', 1987) se tratara pero en su versión más visceral y sadomasoquista (ojo a esas escenas), DiCaprio construye el que puede ser su mejor personaje (por el cuál ha ganado el Globo de Oro 2014). Tiene momentos que recuerdan al salvaje Burt Lancaster en 'El fuego y la palabra' (1962) y como si de un prestidigitador de las motivaciones fuera, embauca, seduce y arenga a sus acólitos. De la nada construye un imperio de mentiras, se rodea de lo peor para modelarlos a su antojo, es el rey de los mediocres, pero se siente poderoso, sabe que lo es.
Scorsese retrata el mundo del poder, de la banca y la corrupción como si quisiera enseñarnos que los criminales mafiosos de 'Uno de los nuestros' o los policías corruptos de 'Infiltrados' no son los verdaderos enemigos de nuestros tiempos. Son estos corredores de bolsa, especuladores, banqueros, motivadores y asesores financieros quienes nos han hundido. No es una película oportunista sino oportuna. Un mensaje disfrazado de carnaval de la carne, envuelto en kilos de cocaína, Lemon 714 y litros de champán. Orgías en la oficina para alentar en su carnicería de engaños (seamos sinceros, a mí me encantaría una oficina así, incluido el lanzamiento de enanos).
Una paradoja que Scorsese lleva transmitiéndonos desde sus comienzos. La fuerza que mueve el mundo no es el amor (eso para los devotos de Corín Tellado), ni el sexo (lo siento seguidores de '50 sombras de Grey'), ni siquiera la información (palo para los wikepedianos). El verdadero Dios es el dinero. Con él, sacamos el verdadero yo interior que guardamos. Como Herman Hesse escribió en 'El lobo estepario', cuanto más aislados nos sentimos más nos alejamos de la realidad. Los pequeños detalles de la vida (y el padre de Belfort trata de avisarle en todo momento) son los que revitalizan al hombre. Este viaje por las drogas más extra sensoriales (Scorsese ya vivió lo suyo en los setenta y buena parte de los ochenta) sirve como vehículo para el disfrute de una voraz visión del mundo desde el prisma de los encantadores de serpientes.
Tened cuidado con el Lobo... no vayáis a despertarlo.