“Scary Movie”, “Scream” y el Día de La Marmota adoptan un avieso careto de bebe
No es posible refutar que Estados Unidos de América es una de las naciones más extravagantes, curiosas y perturbadoras en cuanto a solemnidades y asuetos se refiere: el Día de las Personas Peculiares, El Día de Vestir de Rojo, El Día de Star Wars, El Día de Llevar el Perro al Trabajo, El Día del Helado o El Día de Hablar como un Pirata, solo por citar unos pocos ejemplos. No obstante, uno de los más inusuales no puede quedar fuera de esta lista, con ustedes, el Día de La Marmota. El 2 de febrero es fecha crucial para los folclóricos granjeros de Estados Unidos y Canadá, quienes consideran que en tal data el mamífero roedor (que da nombre a la tradicional fiesta) pronosticara la consumación del invierno. Aun cuando en tierras yanquis se ha establecido como tradición anual desde hace tiempo, los pueblos extranjeros puede que reconozcan la festividad, pero, con acepciones muy diferentes. Resulta que allá por 1993, el cineasta americano Harold Ramis estrenaba alrededor del globo una comedia fantástica estelarizada por Bill Murray, un largo en el que el Día de la Marmota era desencadenante clave para que un acedo e insensible Phil Connors (meteorólogo de una emisora de televisión de Pittsburgh) estuviera atrapado en un bucle espacio-temporal hasta que obtuviera una transformación personal. Sin percatarse, Ramis había creado un instantáneo clásico de culto que se dispersó por el ojo público con tremenda celeridad, tergiversando el significado del método de pies a cabeza. Precisamente, sobre esta peana se erige el último gran éxito de Blumhouse Productions, la productora de Jason Blum que se ha coronado como el único estudio en ingresar grandes cifras en taquilla mediante cintas de bajo presupuesto y calidad mediana-alta. Siendo su treceavo estreno en alzarse con una respetable recaudación mundialmente, “Happy Death Day”, debe considerarse, amén de una demostración más de la vigorosidad y vitalidad de Blumhouse, como un soplo de aire fresco para el cine slasher comercial, uno al que, poco a poco, le entierran la estaca más adentro.
Tree (Jessica Rothe), una libertina y engreída hermana Kappa (la más popular y anhelada hermandad dentro de su campus de medicina), despierta— como de costumbre — en el dormitorio de un chico desconocido, sin pantalones. Desorientada y con una aguda resaca, prosigue su día de manera desinteresada, dejando en alto la etiqueta de chica-juguete execrable que se ha ganado entre los estudiantes, sin embargo, un brusco y súbito giro presionara, automáticamente, replay a sus últimas veinticuatro horas. ¿El problema? El botón se ha quedado atascado. Inexplicablemente, el día de su cumpleaños se reiniciara maquinalmente con el término del día de su muerte, un bucle espacio-temporal que le obligara a descubrir quién está detrás de su asesinato antes de que las laceraciones producidas ante cada homicidio emprendan un efecto colectivamente ponzoñoso dentro de su cuerpo.
Como negar que dentro de Blumhouse Productions se encuentran los escritores más subversivos, originales y enfermizamente magnéticos del espectro Hollywoodense. Absolutamente ninguna, ninguna de sus propuestas han pasado completamente en blanco ante el público desde su fundación a inicios de siglo; de igual manera, a causa de sus nutritivos y jugosos thrillers, lanzados este mismo año, ha ganado una fama envidiable que perpetuara tal tendencia de popularidad por varios años más. Gran parte de la consecución de sus películas radica en el potente trabajo de sus guionistas, quienes se concentran en otorgar lo necesario a cada disimilar y fascinante historia de base. En esta ocasión, los frutos deben ser atribuidos a Scott Lobdell, un guionista, que considerando sus antecedentes (“Mosaic” – “X-Men: Days of Future Past”), anota su primer mediano golpe de suerte ante el radar cinemático americano. Lodbell incuba el argumento sobre un pedestal ya conocido, no obstante, los ingredientes que usa y la manera en que los entreteje pone en manifiesto su ojo crítico para capturar circunstancias geniales aplicadas a un sustrato milennial. Exprimiendo una premisa bastante cercana al filme de Ramis, el escritor Scott Lobdell sumerge la medula del relato en una atmosfera compatiblemente contemporánea, o en otros términos, una de mayor afinidad para la audiencia regular, bañada por una capa de luminoso toque mordaz y reticente que se mofa no solo del cine de asesinos, sino también del horror en general; pinceladas fuertemente impulsadas por, sin llegar a constatarlo con veracidad, un humor inherente que desprenden las situaciones, una autentica comicidad que debería ser anexada al libro del slasher justo junto a las estupendas mezclas de humor y terror creadas por Ryan Murphy en “Scream Queens”— por lo menos la primera temporada —, Keenen Ivory Wayans y su hilarante primera entrada al universo “Scary Movie”, pero ante todo, la genuina en corazón y arriesgada metaficcional “The Final Girls” de Todd Strauss-Schulson. Tal vuelco cómico y vivaz posibilita jugar con ritmo activo y llevadero, uno por el que los personajes, pocos en realidad, se desenvuelven hasta extraer el mayor provecho al periodo de tiempo y escenarios que se encuentran circunscritos por las barreras de la historia. El inconveniente con el guion no estriba en la conjunción de géneros y herramientas, por lo contrario, tal característica es lo más destacable del largometraje, el lio se ciñe a la manera de ir acabando con los cabos sueltos, pues en realidad, son cerrados a tanta presión que los hilos de coherencia se desprenden con brusquedad. Tratándose de un thriller de asesinos, el interés del espectador va estar posado en la resolución del homicidio, consecuentemente, si se desea llevar el género con honor se deberá manipular las percepciones de cada espectador a fin de sembrar la duda hasta por el más insignificante pormenor, aquí, aunque se proponen apuestas interesantes a lo largo del tercer acto, no se lleva a buen puerto el descubrimiento. Insertando, sin ton ni son, la historia de un criminal al acecho como tosco telón de fondo, insertando la aburrida superación de rencillas familiares, insertando los estereotipados ires y venires de este tipo de relatos, el largometraje termina por ser una oportunidad medianamente perdida, pudiendo formular sospechosos más sorprendentes y resoluciones más inteligentes a las incógnitas, una pequeña ayuda: Carter. Otro aspecto, que no puede hacer parte de la categoría de falencias debido al origen de su dudoso propósito, atañe a la ausencia de una dilucidación como tal del reinicio temporal. En cuanto se ponen todas las cartas sobre la mesa, no queda más que concluir la partida, sin embargo, nunca llega un quid, ni explicito ni implícito, simplemente, la idea se deja en el aire, con el fin de que el espectador produzca sus propias explicaciones, como siempre, un arma de doble filo. Afortunadamente, la cinta guarda la suficiente vigorosidad, dinámica y fuerza en el montaje, las actuaciones y las circunstancias narrativas que hace más que enérgico, ágil y entretenido el renacer de nuestra antiheroína protagonista.
Mientras a un costado de la triunfante balanza Blumhouse se posa un escritor, como contrapeso inevitablemente se encuentra un director. Aunque al lado de maestros como James Wan, M. Night Shyamalan, Oren Peli, Jordan Peele, Joel Edgerton, Scott Derrickson o el mismísimo Damien Chazelle, el nombre de Christopher Landon parece liliputiense, su más reciente trabajo puede que agregue un peldañito más a su carrera en ascenso, aun cuando hace falta mucho, mucho para inscribirse en las grandes ligas. Landon provee frescura y atrevimiento a un proyecto que, fácilmente, pudo haber caído en terrenos fangosos de comedia sosa, horror disfuncional o thriller soporífero; aquí, el cineasta deja ver su pensamiento contemporáneo transmitiendo “Teen Mom” de la cadena MTV en el TV de Tree en lugar de algún clásico de Hitchcock o Coppola; aquí, Landon pone como centro a una Bill Murray femenina encerrada en un campus universitario; permutas drásticas que benefician el feel-good que irradia la conclusión del filme. Evaluando el trabajo del director por medio del resultado final, se podría afirmar que el hombre detrás “Scouts Guide to the Zombie Apocalypse” acaba de echarse a las costillas una mejora grandísima en cuanto a realización y manejo se refiere, cada cineasta que demuestre un avance profesional merece una acalorada ovación, sin embargo, teniendo en consideración la labor de Landon, mitad de continente debe ponerse en pie y aplaudir, felicidades, futuro camarada.
Todo parece ser el primer gran golpe de varios recién llegados, pues Jessica Rothe, nuestra scream queen titular, ha encontrado en este thriller de horror su verdadero propulsor hacia la fama. Aunque ya ha formado parte de series para TV y algunos filmes de bajo perfil— a excepción de “La La Land”, en donde tiene un papel de soporte —, la de Denver acepta el proyecto de la alianza entre Universal y Blumhouse con los brazos abiertos. Esta joven interprete abarca las formalidades exigidas para encajar perfectamente en la etiqueta de reina del grito: requisito número uno, ser rubia, ¡listo!; segundo parámetro, ser innoble, prepotente y un poco cenutria, tachado de la lista; tercero, estar completamente sola aun cuando sea la sensación sexual en su entorno social, ¡OK!; sin embargo, ella no se queda atollada en estos estereotipos, Rothe imbuye una sutil y efectiva transformación a su personaje conforme experimenta cada deceso, empleando el repetitivo acontecimiento a su favor. Pese a tratarse de un relato en el cual su raíz primaria no encierra colosales pretensiones, Rothe, la capitana del barco, consigue llevar, al menos en lo que está a su alcance, a un buen puerto la idea. En consideración al resto del cast, la mayoría introducidos en mitad de camino de Tree, defienden algunos roles con orgullo y a decir verdad, Israel Broussard, Ruby Modine, Charles Aitken o Jason Bayle impregnan un bonito vigor y candencia a la historia.
Mientras muchos se embelesan por la rivalidad de las más grandes compañías como Marvel Studios/DC Comics, Universal Pictures/Warner Brothers, Pixar/ DreamWorks Animation; pequeñas joyas hacen lo propio de manera imperceptible, el ejemplo seminal por excelencia: Blumhouse Productions y A24. El primero se concentra, enteramente, en cintas de géneros con mayor redituabilidad — no precisamente un punto en contra a mi punto de vista —y el segundo se ciñe, explícitamente, a filmes dramáticos con sustratos personales representados enfáticamente como reflejos de la conducta humana, razón que trasciende mediante metanarrativas auténticas, enganchadoras y agresivas. Tan solo este año, A24 ha estrenado 15 alabados largometrajes, entre los que destacan “Menashe”, “Good Time”,”Lady Bird”, “It Comes at Night”, “The Killing of a Sacred Deer”, “The Florida Project” y “A Ghost Story”; cada una de ellas con poderosa factibilidad de convertirse en la “Moonlight” del 2016, un oscarizado macrorelato también propiedad del estudio. El punto de inflexión entre uno y el otro, amén del género y el encauzamiento, reside, a simple vista, en sus registros de taquilla, un factor influenciado potencialmente por el enfoque de las ideas. Muchos reconocen Blumhouse por su grandiosa lucratividad, mas no por la magnánima esencia cinemática de alguno de sus filmes, aspecto decepcionante teniendo en cuenta el excelente trabajo realizado con la mayoría de sus ideas. En la otra cara de la moneda, se facturan largometrajes de primera línea desprovistos de merecidas recaudaciones monetarias, aunque claro, siempre existieran pocas excepciones a la regla. Únicamente en lo que va del año, de sus quince estrenos, meramente dos han conseguido provocar un vivaz buen boca en boca que se ve representando en los resultados en taquilla, sobrepasando la barrera de los cinco millones de dólares: “Lady Bird” (Greta Gerwig) y “It Comes at Night” (Trey Edward Shults). Por supuesto, se debe hablar con mesura, ya que una posible nominación puede provocar el ascenso de sus números. Abiertamente, el incentivo monetario no debe ser visto como un defecto ante el equipo cinematográfico, si bien jamás se hace buen cine esperando remuneraciones, se encuentra cierto regocijo sentir, a través de los ingresos, que tu película está siendo experimentada por una cantidad determinada de personas. Como punto de concordancia y fraternización entre estos dos mini-grandes estudios, se toma, por supuesto, la calidad audiovisual propulsada por la creatividad y la originalidad artística. Ambas compañías han, prácticamente, hecho a mano thrillers trepidantes, dramas poderosos e incluso comedias acidas con una elegancia y profesionalidad de primer nivel; cada tonalidad, movimiento de cámara, inserción sonora o dirección actoral pone en manifiesto el prolijo e delicado ojo con el que facturan sus proyectos. Un triunfo monumental que está por encima de recaudaciones u opiniones; con certeza, en la gran mayoría, se respira cine, y para mí, eso es más que suficiente. Insertando el filme a tratar dentro de tal polarizante materia, Universal y Blumhouse consiguen sacar esta historia contemporánea con honores, a ellos no les queda grande un thriller de acción, una de suspenso de abducción o una de asesinato, simplemente, muestras sus cartas bajo la manga y las envían, sin clemencia, a la cara de la audiencia. El particular montaje, las imágenes destellantes y el excelente sonido hacen equipo de forma medianamente fenomenal, pese a que, visualmente, están restringidos por la cantidad de escenarios que se muestran en los primeros veinte minutos, sin embargo, la falta de posibilidades incentiva productividad y originalidad que terminan en filmes magníficos, en este caso, testificado a través de interesantes movimientos de cámara, angulaciones increíbles y enfoques muy a la vieja escuela; bien dice el dicho cinematográfico, la creatividad es la única arma que emerge de las limitaciones monetarias, en este caso, también de las narrativas. Especial mención amerita la banda sonora, la cual parece mofarse de las cintas de horror de los 80, sus estridencias y aparente jocosidad se entremezclan con igual funcionalidad que las imágenes, sus melodías rememoran a las de “Scream”, e incluso, hay escenas, explicitas, que llevan a nuestra memoria, sin remedio alguno, al filme de Wes Craven; gran trabajo Bear McCreary, sin duda, el mejor aspecto del filme.
“Happy Death Day” de Christopher Landon se posiciona en el trono de la sátira de horror y humor juvenil del año, no meramente por su pintoresca premisa, sino por las adecuadas cotas de realización y enfoque narrativo que posee. Aunque nunca se toma demasiado en serio sus movimientos, sirve como aliciente fortificador para la asociación entre los estudios, verificando que van por el buen camino, un camino rebosante de originalidad y magnetismo que no se descarría ante enormes presupuestos. Tristemente, el largometraje queda atrás comparándolo con sus contendientes, experimentando al final de la función una sensación de vacío, muestra fiel de que, al menos narrativamente, ha sido una oportunidad parcialmente perdida. Indudablemente, el filme de Landon tenía las herramientas perfectas para llegar a ser enorme, con lo visto, únicamente consiguió ser grande. Soplemos nuestra vela de deseos y en conjunto roguemos por la longevidad y vitalidad de esta alianza.