Allí donde moran los sueños de justicia y los personajes increibles, allí donde el ser humano siente su corazón palpitar al son de la batalla, empuñando un escudo, una armadura, un martillo o incluso un arco, allí donde aún existe la ilusión de hombres que se alzan en combate para garantizar que nuestra efímera huella en la tierra continue su curso, allí y no en otro lugar, es donde reside el corazón de Los Vengadores.
Mitos, leyendas, icónos, nos encontramos ante uno de los eventos cinematográficos del siglo, para muchos de la historia incluso, porque somos muchos los que mirábamos hipnotizados aquellas portadas a todo color deseando en lo más profundo de nuestras entrañas poder palpar con nuestros propios ojos las hazañas de aquellos que contra todo pronóstico lograban salir airosos de todas las amenazas que ponían en peligro nuestras cabezas, sacrificando sus propias vidas, su pellejo, haciendo gala de un coraje y compañerismo sobrehumanos, tanto como las facultades que los convertían en algo extraordinario.
Pues bien, como aquel niño fascinado que devoraba páginas y páginas entre arduas misiones y mundos lejanos me he hallado, atónito como persona y mudo como pequeño crítico, ante una tarea verdaderamente digna de admirar y bautizada por Whedon, en un film que es exactamente la referencia perfecta de como se debe realizar una superproducción, y ya no hablo solo de superhéroes, hablo de una película comercial a secas, para la gran masa, no diré nada fuera lo común como es habitual, suficiente se ha dicho ya sobre ella y nada realmente definitivo en lo que al plano personal se refiere, hablamos de que puedo resaltar que a través de el ritmo más trepidante que recuerdo en un proyecto de tal envergadura se consigue de una forma netamente soberbia equilibrar el humor y la acción y a su vez realiza un tratado de todos y cada uno de sus protagonistas de una manera completamente chocante (y lo digo por su perpleja perfección, similar a piezas mimadas conformando un puzzle asombroso) sin recurrir a profundas introspecciones psicológicas de los perfiles de sus personajes ni atormentarlos más de la cuenta.
Porque aquí no hemos venido a eso, aquí hemos venido a recordar, a recordar porque un villano se diferencia de un héroe y no de como un héroe se puede llegar a asemejar a un villano, a recordar porque de historias tan aparentemente superfluas recogemos diminutos pedazitos de nosotros mismos a través de la imagen y personalidades de aquellos seres, de la valentía y el idealismo del Capitán América, del temor y la furia de Hulk, del sarcasmo de Iron Man, del honor y la entrega de Thor, hemos venido a recordar porque nuestro alma se engrandece, nuestros músculos se sobrecogen y nuestra pupila se dilata ante tales estrellas, y a Odín pongo por testigo, que eso mismo y no otra cosa es lo que nos ofrece su director, dibujando cada escena como una viñeta más del comic original, uniéndo épica y singularidades varias de la mano de personas que ya forman parte de nuestro mundo mostrándonos el suyo mientras Alan Silvestri brinda composiciones irrepetibles de aroma clásico y... grande, tan grande como el espíritu que se hace patente en cada linea de diálogo y en aquellos que las esbozan, desde la contensión de Ruffalo y Scarlett hasta un Tom Hiddleston repugnante y atormentado hasta la saciedad.
Que nos sigan llamando frikis, seguiremos con nuestras cosas de críos, disfrutando de imagenes para la ensoñación y la abstracción, dejaré tendida mi confianza para el soldado, mi cuello para la armadura y el martillo, mis huesos para la viuda, el arquero y la bestia, ¿y mi corazón? para todos ellos, que sigan provocando rememoraciones y revisiones de historias que futuras generaciones mirarán con burla y prejuicio, desconociendo todo lo bueno que puede nacer de una heroicidad transmitida por hombres de verdad, por mí pueden seguir surfeando en su ignorancia porque yo... YO AÚN CREO EN LOS HÉROES.