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    Las malas hierbas
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Las malas hierbas

    La guerra no ha terminado

    por Carlos Losilla

    Existe la tentación de pensar que Alain Resnais ha reblandecido su voz de un tiempo a esta parte. Que desde los años noventa –con ‘Smoking/No Smoking', ‘On connait la chanson', ‘Pas sur la bouche' y sobre todo ‘Asuntos privados en lugares públicos'— ha pasado a ser una especie de fabricante de vodeviles pseudointelectuales tan ligeros como olvidables. El gran autor de ‘Hiroshima mon amour' y ‘El año pasado en Marienbad' se habría convertido en un viejo chocho que da rienda suelta a sus placeres más culpables: la comedia, el musical, el sentido lúdico de la narración. No obstante, estos últimos ‘divertimentos' de su filmografía son mucho más sustanciosos de lo que parecen, utilizan estructuras en apariencia más convencionales para decir las mismas cosas. Resnais es uno de esos autores que se ha ido despojando con los años de aquella máscara de gravedad con la que se cubrió en sus inicios para dejar ver el rostro de un niño grande, aún malicioso y juguetón, que ahora contempla la condición humana con ironía no exenta de piedad.

    En este sentido, ‘Las malas hierbas' resulta demoledora, pues puede sorprender e incluso desorientar a quien ya lo creía perdido. Por un lado, no abandona ese registro irónico y grácil que parece ser su última marca de fábrica. Por otro, le propina desconcertantes toques de varita que transforman la simplicidad del material en un relato finalmente laberíntico, misterioso, a veces insondable sobre las burlas del azar y la dificultad del amor, en el fondo sus temas de siempre. Al inicio, una voz en off cuenta la historia de una mujer a la que roban su bolso y la del hombre que lo encuentra y, poco a poco, va sintiendo una especial atracción por esa imagen a la que sólo conoce por sus objetos, a la que sigue y espía, con la que finalmente contacta. Al final, todo ha pasado por múltiples giros, narrativos y tonales, que introducen la ficción en un universo resbaladizo, cercano al del sueño, en el que es la vida mental la única que ocupa la pantalla: Resnais sigue siendo de los pocos cineastas en activo capaz de convertir una escena presuntamente realista en exquisita coreografía de gestos y movimientos.

    Y ahí reside aquello que puede desconcertar a los admiradores del Resnais más solemne, pues ‘Las malas hierbas' es, entre otras muchas cosas, un acercamiento a un cierto cine hollywoodiense que ya no existe, pero que se quiere recrear a toda costa. Durante el rodaje de algunas de sus primeras películas, las más herméticas e impenetrables, Resnais proyectaba a su equipo musicales americanos de los años cincuenta para que entendieran el ritmo que quería adoptar. Con sus últimos trabajos, uno es capaz de imaginarlo hablando a sus colaboradores de sus inicios, del hotel de Marienbad o el apartamento de Muriel, con el fin de insuflar misterio a lo que puede parecer mero pasatiempo. Con ‘Las malas hierbas' ha conseguido por fin dar vida a ese cruce impensable pero que está en el origen del cine moderno: sacar a relucir las turbulencias del cine clásico poniendo al descubierto sus pliegues y meandros. Por eso es una película tan conmovedora, producto de una mezcla inverosímil de celebración cinematográfica protagonizada por personajes otoñales. Mala hierba nunca muere.

    A favor: la facilidad artística con que se retrata la dificultad de vivir, simplemente asombrosa.

    En contra: que haya tardado tres años en estrenarse, como si nos sobraran las obras maestras.

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