Vivimos días extraños, dentro de un mundo extraño y un universo pero que muy extraño, y esto también es aplicable a su caracterización sociopolítica y económica. Polanski es un director con una personalidad muy acusada, sabio, y utiliza sabiamente las enseñanzas de los maestros del suspense, incluido el consabido McGuffin, para ir enredando poco a poco la madeja y llevando el sentido de lo narrado a otro territorio diferente, más ambiguo, tenebroso y difuso, en los límites turbios donde se difuminan ciertas categorías morales constituyentes como las del bien y el mal. Todos los personajes engañan, se autoengañan, justifican y se autojustifican, desconociendo y queriendo desconocer todo el entramadado que se cierne sobre sus vidas para amenazarlas, trastocarlas o directamente eliminarlas. Todo parece girar en torno las polémicas memorias que el político británico que interpreta con su habitual solvencia Pierce Brosnan ha decidido publicar, y cuya finalización en forma de revisión definitiva va a exigir del concurso de un “negro” al que da vida un excelente Ewan McGregor, viniendo motivada su acelerada contratación por el reciente fallecimiento en extrañas circunstancias del que hasta ese momento se había encargado de redactarlas, también hombre de estrecha confianza del autobiografiado y con quien mantuvo una agria disputa horas antes de su muerte. El nuevo escritor conoce al objetivo de su material de trabajo, que anda a la sazón sometido a grandes presiones mediáticas y judiciales por su supuesta colaboración con el gobierno de Estados Unidos en turbias decisiones políticas vinculadas con la seguridad internacional, pero su relación con él resulta desde el principio bastante fría. La película, en efecto, parece demorarse en exceso sobre estos pormenores, e incluso despista y lograr desviar la atención del espectador al focalizar momentáneamente el interés de la historia sobre el romance que surge entre el protagonista y la mujer del antiguo Primer Ministro británico. Pero es solo un falso espejismo, porque la película pronto remonta el vuelo y comienza a explorar terrenos mucho más interesantes, ofreciendo en el tramo decisivo un cara a cara estupendo entre el político y el escritor, que a estas alturas de la cinta ya ha desvelado gran parte de los turbadores secretos que su personaje oculta, para dirigirse inexorablemente, como un mecanismo de relojería perfectamente calibrado, hacia un desenlace duro y pesimista que por añadidura cuenta con un plano final memorable. Excelente Polanski, en plena forma.