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    El llanero solitario
    Críticas
    2,0
    Pasable
    El llanero solitario

    Aquí llega el Llanero, el pecador de la pradera

    por Alejandro G.Calvo

    A estas alturas igual resulta un poco naïf el cuestionar el éxito de una saga como Piratas del Caribe: un modelo de troquelado cinematográfico que trataba de devolver al espectador la experiencia estética del pasatiempo lúdico y espectacular en forma de una montaña rusa de imágenes que abordaba el género del “cine de bucaneros” del mismo modo que el cocinado de una comida pre-congelada. El productor del invento, Jerry Bruckheimer, es al cine lo que McDonalds a las hamburguesas, lo que no es ni bueno ni malo, sólo una forma más de consumo de fast-cinema que agrada a unos y epata a otros. Sea como sea, la fórmula es lo suficientemente exitosa como para barrer en la taquilla mundial, realizar cuatro secuelas y estrenar la última de ellas ¡en el Festival de Cannes! (los dioses deben estar locos). Ahora, ¿valores cualitativos? Más bien pocos:  las añejas e inolvidables aventuras piratas del cine clásico -Fritz Lang, Raoul Walsh, Robert Siodmak, Richard Fleischer- se convierten en manos de Verbinski/Bruckheimer en una trufadora de clichés que logra mantenerse a flote gracias a una desbarrada concepción de la imagen-espectáculo, líneas de humor de todo tipo y el carisma de un protagonista (Johnny Depp) cada vez más anclado en la caricatura y en self-portrait interpretativo.

    La decisión debió ser de lo más sencillo en las oficinas de Disney: ¿si funcionó con los piratas, por qué no con el western? Equilicuá: en El llanero solitario repiten productor (Bruckheimer), director (Verbinski) y actor principal (Depp), y acaban construyendo una película que sigue al pie de la letra el modus operandi de Piratas del Caribe sólo que adaptándolo a las reglas del western, a través de la mítica figura popular de El llanero solitario y, su side-kick, el indio Tonto. Cine de atracciones entendido en su sentido más consumista, la película de Verbinski se encallaría en ese modelo de western fantástico que debe más a Wild Wild West y a Maverick -aunque en el titular de la crítica haga un chiste con la película de Chiquito de la Calzada, Aquí viene Condemor- que a cualquier film clásico que se precie de serlo. Al igual que con el cine de bucaneros, los clichés están ahí: la construcción del ferrocarril, los tiroteos en Monument Valley, la masacre del pueblo indio, el pie tierno que llega al Oeste armado con libros, el sueño de los colonos convertido en pesadilla... meros anclajes sobre los que soltar toda la parafernalia compositiva y convertirlo en ese gazpacho de imágenes que traten de divertir/asombrar/emocionar al espectador pese a quién pese y caiga quién caiga.

    El resultado final, sin embargo, es un producto inflado y alargado hasta la extenuación, capaz de combinar vitriólicas secuencias de acción -toda la secuencia final con dos trenes enfrentándose como serpientes de cascabel enloquecidas- con un seguido de chistes que podrían destacar en un monólogo de Arévalo -al “no podría ser peor” llegan escorpiones, “ahora sí que no podría ser peor” (sic)- y, lo peor de todo, una serie de epítomes dramáticos -la muerte de familiares, la carga existencial de Tonto, etc- incapaces de cuajar entre tanto despropósito hueco y banal. En el cine de Bruckheimer todo acaba funcionando por acumulación y agotamiento: más carreras, más tiros, más chistes, más Johnny Depp, más de lo mismo. Normal que El llanero solitario acabe exhausta al final de su metraje, muerta por sobredosis de épica y de escenas al filo de lo imposible y de lo plausible (al final todo acaba siendo de lo más risible). Una manera bastante torpe de disolver los aciertos de una película en un magma cotidiano donde hasta la imagen más provocadora acaba convirtiéndose en una marca blanca del cine mainstream más obsoleto.

    Lo mejor: Los conejos caníbales.

    Lo peor: Dura el doble de lo que debería.

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