Intensidad emocional
por Desirée de FezLas adaptaciones extremadamente fieles de inmortales literarios suelen darle tanto miedo al que la produce como pereza al espectador. Si quien se pone tras las cámaras no es un maestro, alguien con la garantía del acierto, las revisiones sin enfoque distinto, distancia irónica o cualquier otro movimiento singular se suelen recibir con desgana, con miedo al clasicismo impostado (en el mejor de los casos) y al telefilme de lujo (en el peor de ellos). Más aún si el autor es desconocido o, peor, desconocido y con una película a sus espaldas a años luz en estilo e intenciones. Éste último es el caso del californiano Cary Fukunaga, cuya anterior 'Sin nombre' (2009), una película que funcionó bien en festivales y tuvo una proyección internacional importante, no tiene nada que ver con su adaptación de Jane Eyre. Aquel thriller independiente de corte social era hiperrealista, crudo y nervioso. Su segundo largo, en cambio, es puro aplomo, contención y estilización formal.
La película que nos ocupa es una versión deliberadamente fiel del texto original de Charlotte Brontë (el director firma el guión al alimón con Moira Buffini, también guionista de 'Tamara Drewe' de Stephen Frears), sin intención de cambio, actualización o perversión de la historia de la huérfana Jane Eyre. Pero va más allá de la reproducción portentosa de otra época y otros modelos sociales. Fukunaga recrea de la manera más bella posible los escenarios de la historia, para lo que se apoya en una dirección artística soberbia y en la magnífica fotografía de Adriano Goldman (también fotógrafo, en una tesitura totalmente distinta, de 'Sin nombre'). Y acierta en la elección de los actores (en los personajes principales, Mia Wasikowska, Michael Fassbender y Jamie Bell), que rehúyen la solemnidad interpretativa común en el melodrama de época a favor de una naturalidad, de una sensación de cercanía, que subraya la eterna actualidad de la novela de Brontë. Pero la fuerza de su propuesta no está tanto en la puesta en escena como en su aparato emocional. El director dibuja con precisión a los personajes y expone con claridad y sin rubor todas y cada una de sus emociones. Sintetiza el contexto en sus decisiones (o en la ausencia de las mismas), sus palabras y sus gestos. Y vuelve a acertar al reflejar en la atmósfera del filme los procesos emocionales de los personajes. En relación a esto último, la película crece cuando refleja el miedo de la protagonista (ante el amor, el odio, la locura) y adopta, sin que chirríe, un tono fantasmal propio del cine gótico de terror.
A favor: Su intensidad emocional y su tonteo con el terror gótico.
En contra: Su aparente pulcritud puede generar desconfianza.