La música como apéndice
por Carlos ReviriegoAl final de las excesivas dos horas y media de Marley, a uno le queda la sensación de que la música es lo de menos. Y eso es grave. Lo es en el caso de cualquier documental musical o "rockumentary", sea o no de corte hagiográfico (como éste, como la mayoría), aunque en el caso de Bob Marley quizá algunos lo encuentren justificado. A Kevin Macdonald (El último Rey de Escocia) sin duda le interesa más el icono rastafari, el rebelde o el hombre espiritual que la entidad musical del jamaicano. Nunca se nos permite escuchar un tema en su integridad, la música se desliza sobre las imágenes como apéndice de otra cosa, muy pocas veces como discurso nuclear de la película. Escuchamos una versión en directo del Kinky Reggae de fondo mientras el narrador de la película y las diversas cabezas parlantes -testimonios de familiares, amigos, músicos, etc.- se centran en el anecdotario sobre la infidelidad de Bob con Rita, en su magnetismo sexual. Un breve, interesante fragmento sobre la "creación accidental" del estilo reggae, producto del eco de un amplificador, de "una ilusión", es lo máximo que concede esta película a las conquistas musicales de Marley. El resto es carne de wikipedia.
El propósito de Marley pasa por trascender su imagen como mascota cultural del consumo de marihuana y la venta de camisetas. El método es canónico. Desde su infancia y su condición de "misfit" en Trench Town -mitad negro, mitad blanco- hasta el cáncer de melanoma que acabó abruptamente con su vida, el filme planea cronológicamente sobre la vida de Marley, recorriendo los itinerarios políticos, espirituales y familiares de su vida y obra, pero asumiendo que la música es apenas la coartada de una vida legendaria, un artista de ambiciones evangelizadoras. El momento más emocional, más libre, más soprendente de este filme encorsetado -con mucho miedo a salirse de la plantilla biográfica- lo proporciona la hermanastra del artista, Constance, comentando el tema Cornerstone, que Marley compuso como respuesta al rechazo de su padre. Entre la maleza de imágenes y testimonios, también sobrevive el paralelismo que crea el film entre el recibimiento en Jamaica al emperador de Etiopía, Haile Selassie -quien para los rastafaris simboliza la reencarnación de Jesucristo- y el recibimiento que, décadas después, tendrá el propio Marley en su país cuando ha alcanzado la fama mundial.
Estamos por tanto frente a una película con demasiadas respuestas a la que le molestan los enigmas. McDonald quiere encajar las piezas a toda costa, necesita articular un discurso coherente y completo a partir de una vida en muchos casos incoherente y, desde luego, incompleta, que se extinguió demasiado joven, en el cenit creativo del artista. Los fans y amantes de la música de Marley disfrutarán con algunas imágenes de archivo, con la dispersión de anécdotas y testimonios -sobre todo los de Neville "Bunny" Livingstone, o con los de la impagable figura del productor "Scratch"-, y para aquellos con un conocimiento superficial del músico, el film parece reunir todas las claves de su extraordinaria vida, que además dispone en orden y narra con claridad y ritmo. La película, ágil y solvente, cuenta con la autorización de todos los miembros de la disgregada familia Marley -lo que ya resulta sospechoso-, y el acceso a material hasta ahora desconocido -de conciertos a momentos cotidianos-, del que sin embargo apenas extrae provecho cinematográfico. Lamentablemente, le falta toda la libertad de espíritu que colmó los sueños del artista retratado.
A favor: Ya era hora de que el cine abordara la figura de Bob Marley, aunque sea de un modo tan convencional.
En contra: Su duración (144 minutos), no justificada.