Cuando Daniel Monzón y Jorge Guerricaechevarria se sentaron para escribir el guión de Celda 211 tenían más que claro que el personaje de Malamadre debía encarnarlo Luis Tosar. De hecho, el director y el guionista del film escribieron expresamente el personaje para el actor, aún antes de ofrecerle el papel (con el riesgo subsiguiente que hubiera supuesto que éste no aceptase la oferta). Pero, afortunadamente para todo el equipo, a Tosar le entusiasmó la idea de entrar en este peculiar registro. "Mi primer encuentro con él (Tosar) en un conocido café madrileño se convirtió en una apasionada charla hasta entrada la noche", comenta el director. A partir de ese momento, Monzón y Tosar investigaron y profundizaron para construir conjuntamente el personaje de Malamadre leyendo diarios de presos, entrevistándose con funcionarios y hablando, sobre todo, con presos que compartían una situación parecida a la del personaje de la novela de Francisco Pérez Gandul. A todo esto se fue sumando, poco a poco, los elementos externos que perfeccionaban la caracterización como la voz, los andares, el vestuario, los tatuajes e, incluso, la embrutecida complexión física. El actor gallego confiesa que sacó la característica voz ronca y ese acento "macarra" de un amigo suyo. Para practicar el tono adecuado leía en voz alta un libro que le recomendó Daniel Monzón como referencia para construir su personaje: "Huye, hombre, huye. Diario de un preso FIES", de Xosé Tarrío, preso de los años 80. El trabajo del actor es de tal calidad y sostiene con tanta fuerza el film, que para muchos es ya un merecido candidato a los Goyas (entre otros premios) como mejor actor...
Escribir la historia les llevó un año entero a Daniel Monzón y a Jorge Guerricaechevarria. En ese tiempo procuraron rodearse de todo aquello que pudiera aportarles una visión lo más realista posible de una prisión española, alejándoles de los estereotipos del género de prisiones norteamericano. "Conversamos, vivimos y respiramos cuanto pudimos con presos, parientes de presos, funcionarios y educadores cuyo día a día era la cárcel". En este proceso ambos fueron conscientes de que la cárcel no era sino un pequeño submundo que refleja la propia sociedad que la ha generado. Un preso de Valdemoro les dio la síntesis perfecta de esta idea, afirmando que "el mundo de aquí dentro es exactamente igual que el de fuera, sólo que en mp3". Todas estas referencias llevaron a la elección de un estilo concreto para filmar la película, el cual tenía que ser lo más cercano posible al documental, siempre teniendo presente que se trataba de una ficción. "Debía ser rodada con el brío de un motín, cámara en mano y en un espacio real", afirma el director. Además, la localización en concreto se trata de un antiguo penal cerrado desde hace doce años, con el cual el equipo artístico tenía que hacer una auténtica labor de reconstrucción que duró meses. Monzón confiesa que parecía que la propia estructura de la cárcel, con la disposición de sus elementos (rejas, escaleras, muros) la que iba dictando cada uno de los encuadres. A todo esto cabe añadir que entre la figuración se encontraba un número considerable de auténticos presos, algunos de los cuales todavía estaban en tercer grado.
Uno de los secundarios más llamativos (por calificarlo de alguna manera) de Celda 211 es, sin duda alguna, Luis Zahera, quien interpreta a Releches, uno de los presos más deteriorados del motín de Zamora. Este acólito de Malamadre (Luis Tosar), enfermo de SIDA y drogadicto, requería una especial y concienzuda caracterización en un arquetípico (sin resultar estereotipado) yonqui. El resultado que propuso Zahera es tan impactante que cuando el actor se presenció en la galería donde el equipo se disponía a rodar, gran parte de la figuración (compuesta, recordemos, por auténticos ex-convictos o presos de tercer grado) no podía creer que se tratase de un intérprete. De hecho, según afirma el director, muchos participantes del equipo de la película afirman que, en algún momento de su vida, han conocido a un "nota exactamente igual a Releches".Otro secundario que tuvo que experimentar una particular metamorfosis, en este caso en cuestión de nacionalidad, fue Carlos Bardem. Su papel de Apache sacó al colombiano que lleva dentro. El propio Bardem confiesa al respecto que él no es un actor, sino un "imitador de acentos".
Daniel Monzón dedicó el filme a Luis Ángel Puente, un bombero que participó en la película y que murió en el río Duero rescatando a dos niños poco después de que el rodaje finalizase.