Oliver Hirschbiegel comenzó su carrera impactando con la arriesgada “El experimento” y se consagró con la excepcional “El hundimiento”, donde documentaba de forma realista la implosión del régimen nazi. ¿Por qué haber emprendido entonces una desastrosa campaña hollywoodiense filmando una desastroso remake de “La invasión de los ladrones de cuerpos”? Por dinero y fama, seguro, pero dados los nefastos resultados obtenidos nuestro director ha decidido volver a pisar terreno conocido y filmar esta interesantísima película que explora con valentía una situación sumamente espinosa y difícil, a todos los niveles, proponiendo la confrontación cargada de máxima tensión entre un hombre atormentado, quebrado, interiormente destrozado, cuyo pasado nos remite a su pertenencia a una banda armada (conflicto ubicado en Irlanda del Norte), y el hermano de una de sus víctimas, que le vio cometer aquel asesinato a sangre fría, cruzando y fijando su mirada con él en uno de esos momentos que congelan el tiempo y paralizan la vida. El verdugo (grandísimo Liam Neeson) perpetró el atentado cuando era un adolescente, y ahora tiene la oportunidad de tener una cara a cara con aquel niño aterrorizado de su memoria que focaliza todo su abrasivo sentimiento de culpa (excelente composición de James Nesbitt), y esa oportunidad llegará de la mano de un programa de televisión dedicado a lograr audiencias a base de airear intimidades, confesiones y, si es posible, llegar hasta la reconciliación entre las partes cuando ello sea posible. Ambos hombres aparecen profundamente marcados por aquel atentado, y la película se encargará de ir descubriéndonos los entresijos de dos corazones deshechos sin caer en culpabilizaciones categóricas o embestidas ideológicas, tratando de comprender y entender a fondo tanto el arrepentimiento lúcido del ejecutor que ha visto con claridad los perversos mecanismos que se ponen en juego dentro de cualquier estrategia terrorista (una vez dentro del grupo, se anula toda capacidad crítica respecto a la monstruosidad que supone quitar la vida a una persona inocente), y que en consecuencia ha decidido renunciar por completo al uso de la violencia, como el profundo dolor de la víctima golpeada por la brutalidad de una situación que aplasta su infancia, arrebatándole de cuajo toda posibilidad de paz o tranquilidad que podrá recuperar (así lo cree él) cuando pueda ver colmado un deseo de venganza que ha crecido en su interior como un cáncer, y que ahora contempla como realizable mediante la posibilidad del encuentro con ese hombre que segó la vida de su hermano y destrozó la suya propia. Conviene no desvelar los pormenores del choque entre ambos, ni tampoco el giro que Hirschbiegel imprime a la película y cuya resolución, acusada por algunos críticos de no estar a la altura de la reflexiva propuesta inicial, se desvela en cambio completamente coherente con la psicología mostrada por los dos protagonistas, mucho más discursiva y analítica la del personaje de Neeson, y defensiva y crispada en el caso de Nesbitt, lo que hace perfectamente verosímil su agónico enfrentamiento físico, así como la liberadora consecuencia final del mismo. Una película valiente, dura, dolorosa, emocionante, y además diré que necesaria, puesto que desgraciadamente el mundo continúa contemplando y sufriendo situaciones idénticas o muy similares a la aquí descrita.