Aunque las conozcas de memoria, siempre emocionan estas historias.
Uno no elige la familia, nace en ella y adelante con lo que te encuentras; uno no elige las experiencias que tendrá de niño, las padece y deja la adolescencia; uno no elige arrastrar en su persona adulta la herencia de una coletilla parental que ahoga, asfixia e impide el desarrollo normal pero lo sobrelleva; uno no elige el dolor y sufrimiento como compañía voluntaria pero parece inquilino engorroso nunca dispuesto a partir o alejarse..., uno desea elegir la felicidad, la tranquilidad de alma, calma de conciencia pero ¡maldita sea si es pareja tan fácil de conseguir!, pues el recuerdo de lo vivido impide avanzar por el camino.
El formato es obvio y claro, presentación lineal de estructura clásica, no se complica la vida pues la sencillez de objetivo nítido, visible y palpable es adjetivo de agradecer en muchas ocasiones, 50 primeros minutos para plasmación del cuadro y dibujo de los elementos, vicioso padre reconvertido que arrastra la culpa de unas acciones que recayeron sobre sus hijos, uno abrupto, silencioso, opaco, eterna dinamita que desahoga su rabia, desdén y desprecio por el mundo y el mismo a través de la lucha, el otro mejor encaminado, mismo remordimiento pero encauzado en familia adorable que oculta rencillas nunca resuletas y por las que vuelve a subirse a un cuadrilátero, en esta ocasión jaula, y el deporte -hablamos de artes marciales mixtas- como unión de ese endemoniado rencor, de fondo angustioso, que se siente por quien se odia en palabras y hechos pero a quien se quiere en un profundo interior que siempre está al acecho, los golpes de combate, la fuerza de los puños, el resquemor de la mirada, la sangre de la pelea, el agotamiento de la paliza dada y recibida como el mejor y más rápido diván de psicólogo para curar tormentos de complicado remedio, un triángulo que te capta y absorbe por sus espléndida y marcadas interpretaciones -una vez más, ideal Tom Hardy como ultrajado héroe combatiente a quien sus papeles le ofrecen poca oportunidad para la sonrisa y el relax- pues el equipaje, la ruta y el paisaje no son nuevos, entrenamiento físico/mental y a la parrilla, que la competición va a empezar y el premio es ¡jugoso deseo a alcanzar! y, como música de fondo, cambiamos "Eyes of the tiger" de Rocky por "Oda a la alegría" de Beethoven.
Y el premio es un hermano, y el triunfo recuperar una familia, y la recompensa abandonar la rabia que nos ciega, dejar de estar perdido y estar de vuelta, y el placer comprobar la firmeza de los combates, la energía de las llaves, la precisión de la técnica, la preparación concienzuda de los contrincantes para hacerte vibrar en cada asalto, en cada roce, en cada embestida pues si no eres admirador, fan, o al menos gustoso del deporte de contacto, sólo te queda saborear el relato humano y sentimental y sería dejar coja a esta historia donde, todo lo no dicho y silenciado, se expresa a través de la fuerza física, rabia anímica y corazón acelerado de quien habla por su cuerpo al no poder ni saber emplear los vocablos.
Gavin O'Connor presenta una historia emocionante, intensa y vibrante, reconocible en su andadura pero seduciendo y palpitando como si fuera única, marcha ascendente hasta alcanzar velocidad máxima donde frenas, abres la puerta y te bajas pues ya has llegado a casa y meta, ingredientes familiares de elaboración casera y resultado previsible pero sigue siendo un plato sabroso, de degustación fabulosa, que se recuerda con encanto para un paladar que sabe, realmente, apreciarlo y sentirlo en toda su intensidad, simplemente siéntate, devóralo y haz la digestión, con lentitud, gusto, sentimiento y consciencia, todo un placer para quien guste de eventos épicos de frustración y superación donde el descosido siempre se arregla por muy roto y destrozado que estuviera, frenético drama humano de apetecible y deliciosa resaca.