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    3,0
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    Una pandilla alucinante

    por Suso Aira

    Que la más dicharachera y desacomplejada carta de amor al cine más dicharachero y desacomplejado de los años 80 (sí, los 80 ya no son nuestros: son de Hollywood y sus revival cíclicos) sea esta traslación (muy inteligente) de una colección de libritos terroríficos juveniles (con su consiguiente teleserie y sus toneladas de merchandising) de los años 90 (los tristes 90… hasta que les toque ser reivindicados y fagocitados por la maquinaria mediática), no deja de ser una de esas grandes bromas. Grandes como el sentido del humor bigger than life de Jack Black, no la estrella de estas Pesadillas, pero sí que el contrapunto irónico y malvado (más que a R. L. Stine, el factótum de la colección literaria de Pesadillas, en una despiporrante performance en la que samplea a Truman Capote con Norman Bates) que este guión reclamaba. Todas las pesadillas en una, o lo que es lo mismo: todos esos monstruos, muñecos malditos, criaturas y demás del imaginario colectivo que Stine supo resucitar en el marco de la preadolescencia universal (o Universal, en mayúsculas, como la productora donde todos esos seres vivían y se hicieron inmortales) están aquí de golpe, en un monster mash deliciosamente pop y entrañablemente 80s.

    Efectivamente, ochentero. Rob Letterman y su par de guionistas (los mismo de, todos de pie, Ed Wood, Man on the Moon o El caso de Larry Flint) pasan esa mitología del susto literario 90s (la década donde sólo parecía que esperábamos la llegada del nuevo milenio) por referentes de los diez años anteriores. El referente principal es aquella maravilla de Fred Dekker titulada Una pandilla alucinante, a la cual se van añadiendo, en secuencias que funcionan muy bien (por separado; el principal problema de Pesadillas es su encaje como un todo coherente), el imaginario de Chris Columbus y Joe Dante (Gremlins, por supuesto) o incluso el romanticismo decadente y necrófilo de los Jóvenes ocultos de Joel Schumacher. Solamente se permiten una salida hacia otra época de gloria del cine juvenil fantástico, y es precisamente a los años coetáneos de los libros de R. L. Stine: Jumanji, más la película (peliculón) de Joe Johnston que la novela (excelente, sin duda) que adapta. Al final la mejor lectura juvenil va a ser una buena película.

    Lo mejor: el ataque de los gnomos de jardín.

    Lo peor: funciona por escenas, no por conjunto.

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