Especie en extinción
por Carlos LosillaEsta es una película que tiene dos caras. Por un lado, parece el típico intento del cine de Hollywood por hacerse un hueco entre un cierto humanismo de bolsillo. Por otro, las características de su propia producción indican otra cosa, señalan hacia otro sitio, el lugar del star system y sus contradicciones. No es extraño que en sus créditos de producción conste el nombre de Steven Soderbergh, un profesional astuto y malicioso. Él ha sabido ver el potencial de esta historia a ratos sombría, a ratos insoportablemente tópica, a ratos sarcástica. Ahí tenemos a Michael Douglas, un self made man en el crepúsculo de su gloria, un tipo al que diagnostican una dolencia del corazón en la primera escena y luego se pasa toda la película sin ir al médico, persiguiendo jovencitas, persiguiendo también su juventud, que se le escapa irrevocablemente. En este sentido, 'Un hombre solitario' tiene que ver con la moral americana, con la decadencia del macho, con el patetismo de un hombre que está solo y no lo quiere reconocer, a pesar de tener a su alrededor hijas y nietos, una exmujer con la que se hubiera entendido y una pareja que en el fondo no lo merece. Pero luego está el otro lado, y se llama, precisamente, Michael Douglas. Lo mejor de esta película no es tanto su interpretación como la manera en que asume el personaje, lo hace suyo, o mejor, ya lo había hecho suyo antes de empezar, porque el personaje es él.
Michael Douglas haciendo de Michael Douglas, esa gran habilidad del cine americano para dar a ver sus miserias a través de una historia intrascendente. El protagonista es petulante, se regodea en su propia idiocia, pero a la vez genera una cierta capacidad de identificación, porque en el fondo cualquier espectador masculino puede reconocerse en sus debilidades. Los otros son el espejo de sus puntos fuertes y débiles. Cuando les habla, reconocemos esas historias de siempre, esos chistes malos, esas ganas de fascinar a toda costa, ya sea a sus amigos de la universidad, a quienes comparten su vida laboral (por otra parte inexistente, fundada en un vacío pavoroso), a su familia o a las nuevas generaciones. Esas ganas de repartir el pastel son lo peor de la película, una excusa para que aparezcan otros actores carismáticos a modo de intervención estelar: Susan Sarandon, Danny De Vito o Jesse Eisenberg no tienen la entidad que se les pide porque tampoco se les deja desarrollarla, porque siempre están en el fondo del plano, dependiendo de Douglas, que sigue haciendo su numerito.
Entonces, vemos a Douglas contra todos, incluyendo los directores, que apenas tienen tiempo para construir un ritmo lánguido y pausado, contra el propio discurso del personaje. Douglas se desborda, está desbordante, se expone sin dobleces: el obseso sexual, el actor a pesar de sí mismo, ese tipo que anda por la calle y no se reconoce, pero que se sitúa ante la cámara y se encuentra con su verdadera personalidad. El actor de Hollywood, esa especie en extinción, como su propio personaje, ese hombre que cree fascinar a los demás cuando en realidad los aburre, incluso se acuesta con las chicas a base de aburrirlas. 'Un hombre solitario' es un docudrama sobre Douglas, y en eso puede formar una pareja perfecta con 'Behind the Candelabra', dirigida por el propio Soderbergh, donde esa caída libre del mito de la masculinidad americana encarnado por Douglas va a parar al abismo, a una imagen siniestra de sí misma que se refleja en una homosexualidad grotesca, la de otro mito infundado que se llamó Liberace. Cuando 'Un hombre solitario' cede al melodrama, quiere ser una película sobre una equívoca redención, falla estrepitosamente, porque Douglas no le sigue el juego. Lo suyo es el exhibicionismo, el estrellato, esa falsa gloria americana.
A favor: Michael Douglas, empeñado en darle la vuelta a su propia leyenda de un modo que solo Clint Eastwood entendería.
En contra: la estética del cine de prestigio americano, de la independencia mal entendida.