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    ¿Quién está matando a los moñecos?
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    Entretenida
    ¿Quién está matando a los moñecos?

    ¿Quién está engañando a los Feebles?

    por Alberto Corona

    No deja de resultar curioso que, de cara a vender un film como The Happytime Murders en nuestro país, la maquinaria de promoción haya recurrido al imaginario chanante, y específicamente a la figura de David Broncano, para fijar como target al siempre esquivo y problemático espectador millenial. No sólo porque sus intenciones humorísticas no quieran ir mucho más allá de las nociones de "irreverencia", "gamberrismo" o "políticamente incorrecto" que tan superadas deberían estar hoy día, sino porque el mismo concepto de ¿Quién está matando a los moñecos? —llamativo título que ha acabado constituyendo la herramienta publicitaria más eficaz— es de lo más antiguo. Tanto, que hay que remontarse a los años setenta para rastrear su génesis, y descubrir que el olor a ranciete venía siendo inevitable, por mucho Broncano que tengamos diciendo con voz nasal "por cincuenta céntimos te chupo la polla". Sí, en efecto es bastante incómodo todo.

    Brian Henson, hijo del legendario Jim, llevaba siglos queriendo cumplir con la voluntad de su padre de que los teleñecos (o "muppets") pudieran encontrar un hogar más allá de las restricciones del "para todos los públicos". En este empeño parecía no bastarle ni que el bueno de Jim ya hubiera podido desquitarse con obras tan perturbadoras como Dentro del laberinto (1986), Cristal oscuro (1982) o el segmento del SNL Land of Gorch; ni el hecho de que él mismo hubiera dirigido propuestas tan maduras como Los teleñecos en Cuento de Navidad (1992) y Los teleñecos en la Isla del Tesoro (1996) antes de retirarse de la dirección durante más de veinte años. No. El pequeño Brian jamás descansaría hasta que la rana Gustavo tuviera la posibilidad de que algún niño desorientado quedara traumatizado de por vida, y así es como nace ¿Quién está matando a los moñecos?: de la cabezonería, y de la certeza de que la mera visualización de una criatura de trapo diciendo salvajadas es divertida. De que no hace falta mucho más. Si acaso, probar también a saquear los esqueletos narrativos de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988) de Robert Zemeckis y El delirante mundo de los Feebles (1989) de un Peter Jackson pre-embolia tolkieniana para manufacturar un guión que ni quiera ni pueda disimular que no es más que una excusa.

    El film de Brian Henson, por lo tanto, adolece de una parálisis creativa no por perseguida menos ingrata, que desperdicia sistemáticamente cualquier hallazgo que pueda llegar a intuirse a lo largo de su asfixiante entramado. Poner a los muppets sufriendo discriminaciones raciales, de esta forma, tiende un puente muy nítido con la garrula y algo más reciente Bright (2017) de David Ayer, mientras que la transformación de drogas, fluidos varios y vellos púbicos en motivos de corte infantil a todo color tiene mucha más gracia sobre el papel que en su representación final. La ausencia, además, de los teleñecos primigenios aboca a que el diseño de personajes exhiba una pobreza estética bastante llamativa, sobre todo si lo comparamos con el genuino carisma que, mira tú por dónde, sí logra reunir el reparto humano, donde encontramos los rostros de Maya Rudolph, Elizabeth Banks o, muy especialmente, Melissa McCarthy.

    La cómica estadounidense compone un personaje que por sí solo basta para salvar ¿Quién está matando a los moñecos? de la debacle cuñada en la que sus propios ideólogos han querido meterse, entregando a una detective tan dura y atormentada como, sin ir más lejos, el Eddie Valiant que interpretó Bob Hoskins para ¿Quién engañó a Roger Rabbit?. El carácter de su Connie Edwards acoge así mucha más profundidad y sutileza que el muppet con gafas de sol y ademanes trasnochadísimos de Humphrey Bogart que le han puesto por acompañante, y no son pocas las ocasiones en las que parece encontrarse en una película distinta a la de Brian Henson... aunque cada vez que el guiñol de turno duda que sea una mujer acabe al instante con esta sensación, y todo siga en orden.

    Es poco con lo que quedarse, pero ayudado de que la película es cortita, y de que no es descabellado que existan espectadores con los que esta treta pueda llegar a funcionar —y se rían a carcajada limpia porque eh, ¡ese moñeco está eyaculando confeti, xd!—, igual es suficiente para que ¿Quién está matando a los moñecos? no se haga indigesta del todo, y se siga creyendo mucho más provocadora de lo que es en realidad. Que, bueno, no lo es demasiado, pero y lo bien que Brian Henson y los suyos se lo habrán pasado haciéndola, ¿qué?

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