“Déjalo volar”, por el tiempo que pueda.
Consciente y complacida de la bella fotografía, de la elegancia de las formas, de la delicadeza estética, de la subliminal puesta en escena, del talento artístico, de esa maravilla de lienzo que encandila tu mirada y succiona tu respiración pausada, quien todo él se funde con ese brillante, considerado y suave escenario de compás sosegado, pero firme y cautivante en sus andares, y con ese impresionante intérprete, soberbio, tierno y exquisito que hipnotiza todos tus sentidos para prestar atención devota a ese sensible y deslumbrante renacer, de quien siempre había existido pero a quien nunca se permitió ser.
Todo empieza con dos adorables seres, ella hermosa y desvergonzada/inseguro y tímido él, Gerda toma la iniciativa pues Einar no parece dar pie, y se forma tan linda y envidiada pareja, quienes felices y enamorados comparten su amor por la pintura; pero he aquí que, de forma inocente, como juego divertido para entretenerse, se abre la caja de Pandora, que por nunca más podrá volverse a cerrar, pues Lili es realidad presente, cohibida y excitada, dispuesta y osada ha visto la luz, siente las ganas de experimentar, el apetito de saber y probar, el poder de desear y tener su verdadero cuerpo.
“Necesito a mi marido ¿puedes traerle?”, “no creo que pueda darte lo que quieres” y el amor marido/mujer se transforma en un amor por su mejor amiga pues “soy tu mujer, lo se todo” y ya lo sabía, lo intuía y en silencio acataba pues permanecía oculta pero palpitando; ahora, al despertar del alba y al ocaso del día, su leal compañera escucha, cuida, consuela y entiende pues “la besé y fue como besarme a mi misma”, y esta maravillosa recreación de un drama tan valiente e intimista, tan doloroso y floreciente, tan terminal y esperanzador en sus raíces te tiene nublada, paralizada y absorta disfrutando de tanta emotividad, fragilidad y finura de quien ha surgido para darse paso.
Espléndida la película realizada por Tom Hooper, magnífica su escritura, adorable su presentación, sabroso su consumo, agónico su recuerdo, ese explosivo torrente de sentimientos vertidos uno a uno, con esa rotunda energía que los mueve y entrega poco a poco; magnética la fusión con sus protagonistas, con su cautivador trabajo, con sus vividas pasiones, frustraciones, alegrías y desconsuelos, excelente dúo que armoniza con notoriedad en pantalla para un categórico, diestro e insuperable Eddie Redmayne, la feminidad en persona, y una sobrecogida y atenta Alicia Vikander, sólida escolta de tan sutil y preciosa pieza.
Interesantes hechos, de veracidad desgarradora, que rueda cual reloj al que se le da cuerda y no le es posible retroceder en el tiempo; “relájate, cuanto antes empiece, antes terminaré”, sólo que nunca lo hizo; fue el principio del fin, el final de lo apenas empezado, era pantalla de escondite para que nadie la viera, para que nadie notara su presencia pero, ahí estaba, y lucha por ser, y por fin está, y surge una apreciada pintora, y nace una decidida mujer, y la audiencia encantada, ensimismada y sugestionada por cada gesto, palabra o movimiento.
La evolución de Einar a Lili a través de un elegante lienzo, esas manos, poses, miradas y sonrisas de vergüenza, descaro que va emergiendo hasta dar fortaleza a quien nunca pensó sería posible hacer gala de ella; no infiere con ardor en la tortura médica, no hace agonía explayada del tormento que se siente en tan complicado cambio, insinúa gotas de su tormento e inestabilidad propia, dudas coercitivas impuestas por incomprendidos externos dejadas caer como pinceladas sutiles que informan, pero no son lo importante; las estrellas son este dueto/terceto, vuelto unidad individual de apoyo mutuo, su descubrimiento, estupor, acogida y confianza recíproca, el resto es informe válido que sitúan a Lili como el primer transexual en lograrlo.
La chica danesa, más montaje artístico que escrutinio de la transexualidad aceptada, excesiva en su apariencia de vestir el exterior más que elaborar contenido interno aunque, imposible negar que sin emocionar succiona, que sin conmover engancha, que sin alma se capta su latido, que sin inquietar estás pendiente de ella; puede que hable y exponga para la galería de los que desfilan con todo pulcro, amenizado y bonito, inmaculado y satisfecho pero, consigue que te sientes en tu butaca y observes todo el cortejo de la pasarela con devoción, entusiasmo, gratitud y empeño.
Deleite de postal que vive de la esplendorosa e imponente imagen, deja la agonía y crudeza de tanto dolor fuera; está pintando con colorido sedoso y tenue, agradable y gusto, no narrando con sinceridad dañina y escrupulosa.
Para observar, apreciar, aspirar y dejarse complacer por toda la esencia de su recreación estética.
Lo mejor; la complicidad y seducción de su pareja interpretativa.
Lo peor; no está interesado en contar su historia, únicamente en dibujar un atractivo y terso cuadro.
Nota 6,7