La rabiosa y violenta novela de Jim Thompson, de la que Kubrick estaba enamorado, al fin tiene su versión en el séptimo arte. LLega de la mano de un director con cierta variedad y con alguna que otra película destacable y con más de una olvidable (me viene a la mente esa soporífera historia de sexo explícito y amor llamada 9 Songs).
De la pluma de Thompson salió la historia de Lou Ford, un hombre extremadamente perturbado e inteligente, aunque nadie parece saber bien como es, salvo él mismo. En un pueblo donde se conocen todos, donde el árido paisaje, el calor, las gotas de sudor y la eduación con el prójimo están a la orden del día, una serie de crímerenes y de situaciones violentan enturbian una aparente calma.
La mejor baza cae en su puesta en escena, turbia, sucia y áspera, y en un ritmo pausado, con destellos enfermizos y una escena tan desagradable como innecesacia. Casey Affleck tiene su punto, aunque aquí también habla bajito y mira como un niño cándido, (como ya hiciera interpretando a Robert Ford) a pesar de ser una bestia salvaje. También siempre me resulta un placer incalculable observar a Elias Koteas en pantalla, aunque solo sea un rato.
No es una película perfecta, tampoco lo pretende. Es un film sucio, violento, crudo, gélido, con una fuerza y una atmósfera sombría en muchos momentos, pero que se pierde entre delirios y cierta repugnancia.