Muchas eran las reservas a la hora de afrontar la revisión del clásico de los 80 del pasado siglo dirigido por John G. Avildsen, donde un viejo maestro de karate (mítico Pat Morita) entrenaba a un joven Ralph Macchio para que aprendiera a defenderse, ganara un torneo y, de paso, interiorizara una serie de preceptos vitales asociados al autocontrol y la superación personal. Pues bien, la cinta de Harald Zwart resulta sumamente respetuosa con el original, asumiendo los ejes básicos de la historia, pero además se permite un importante añadido que la convierte en algo más que una mera copia, un interesante producto con entidad propia y algo novedoso que ofrecer. Y ese plus se lo da precisamente la acertada elección de actores, especialmente un deslumbrante JACKIE CHAN en el papel del sabio maestro de kung fu (la cinta debería haber llevado el título español “The Kung Fu Kid”) que arrastra un doloroso trauma familiar al cual se mantiene emocionalmente anclado, y cuya adecuada gestión narrativa otorga una potencia dramática inusual en este tipo de películas y completamente ausente en el original del 84. Por otro lado, el joven Jaden Smith, hijo del famoso Will, firma una interpretación amoldada a las exigencias del guión, correcta, sin desbarrancar en el lógico conflicto de “lost in translation” y, por supuesto, haciendo madurar a su personaje en la medida de lo posible gracias a las magníficas directrices que como preciados tesoros para el alma, de cuando en cuando irá depositando en su corazón el sabio maestro. En este preciso sentido destaca la estupenda escena en la que Chan le transfiere el verdadero significado del kung fu como filosofía que lo impregna todo, estando presente en cualquier actividad de la vida por nimia o intrascendente que a simple vista pueda parecer. La esencia dramática de la relación, en cambio, se carga en otro mano a mano intensísimo y estupendamente resuelto, que logra emocionar sin caer nunca en la blandenguería, para dejar paso a la recta final de la cinta que, como todo el mundo puede y debe suponer, se resolverá de forma satisfactoria para el jovencísimo luchador. Y aun ahí, manteniendo siempre una saludable y austera contención, jamás nos veremos asaltados por una sensación de jolgorio desmedido o falto de sentido, afinando la conclusiva lección moral a través de un grupo de alumnos que abandonan el camino violento de su fascista profesor y rinden homenaje al combate limpio y honorable. Hubiera parecido que no pero resulta que sí: Realmente buena.