El cine de samuráis siempre me ha parecido estupendo. No me llaméis rancio, pero me refiero al auténtico cine de samuráis. Ejemplos como '13 asesinos' (2012); 'La fortaleza escondida' (1958); 'Trono de sangre' (1957); 'Zatoichi' (2003); 'Ran' (1985); 'Yogimbo' (1961) o 'Los siete samuráis' (1954), casi todas del genial Akira Kurosawa. Han ido creciendo el interés de los seguidores de este sub-género hasta hacerlo casi reverencial. Lo que pasa, y bastante a menudo, es que Hollywood tiene que meter sus zarpas en todo buen género que se precie para dar su versión. Encima, creen que su modo de adaptar géneros ajenos es superior en cuanto a forma y estilo. Fallan en ambas apreciaciones, además cuentan con el mayor de los errores, la falta de espíritu al realizarlas.
No digo que Hollywood no haya sabido re-adaptar el género de samuráis a su cultura. Disfranzándolo de wester, 'Los siete magníficos' (1960) o 'Por un puñado de dólares' (1964); de saga espacial, 'Star Wars' (1977) o de thriller de acción, 'Ronin' (1998) e incluso de drama urbano como en 'Ghost dog' (1999). Pero cuando decide aportar su visión inmiscuyéndose en la propia sociedad nipona, comete el mismo error: traslada sus pasiones y motivaciones a una cultura que dista mucho de vanagloriarse. 'El último samuraí' (2003) fue el anterior amago yanqui de decirles a los japoneses cómo deberían ser las películas de este género. Moraleja, desastre. Hollywood debe seguir dedicándose a lo que mejor sabe hacer, copiar y re-copiar. Nunca añadir.
'47 Ronin' es la definición perfecta del ansia de Hollywood por clavar una pica en Flandes. Creer que instauran un ejemplo de buen cine nipón, con muchos fuegos artificiales y aún más despropósitos, no hace sino convencer al que suscribe que cuando se manosea un género tan peculiar como el de samuráis, se corre el riesgo de caer en el más absoluto de los ridículos. El estandarte de este berenjenal de referencias es el hierático Keanu Reeves. Demuestra que sus registros de actor se han ampliado. Si antes iba siempre afeitado, ahora nos enseña que con barba es igual de mal actor. Sin rasgos que le destaquen, sin fuerza en su trabajo y con mucha soberbia por quedar bien ante la cámara, destroza a un personaje del que no sacan partido ni guionista ni realizador. Falto de expresiones o emociones, Keanu crea otra piedra en su carrera como cantero.
Rodeada de una producción que pretende sumergirnos en la cultura de las leyendas niponas, el presupuesto parece ser que fue destinado a publicidad. Pensar que se han gastado más de 200 millones en la realización no deja en buen lugar al espectador. Mucho ordenador mal empleado, localizaciones bastante vistas en otros films, secuencias carentes de fuerza. El intento de mezclar samuráis, brujas, monstruos, piratas, demonios y fantasmas orientales (del dragón versión Fuyur de 'La historia interminable' mejor no decir nada) hace del guión una descabellada espiral que se adivina desde un primer momento. Previsible en su contenido, los autores debieron explotar más otros conceptos. Kai (K. Reeves) no demuestra quién es realmente. Los demás personajes cobran más protagonismo que el actor, llegando a pasajes en que interesa más conocer la historia de ellos que de la piedra con barba que es Keanu Reeves.
Demasiada forzada en su solemnidad. Es tal la obsesión del film por hacernos mostrar que lo solemne revitaliza la trama, que en algunos tramos roza ya la caricatura. Ni tan siquiera la música que se auguraba como épica se salva de este desaguisado. Una mano débil tras la cámara, Carl Rinsch, que debuta en la dirección, no parece la mejor idea para dirigir este brontosaurio de tantos millones. Conclusión: Reeves sólo buscaba otro modo de promocionarse, ser el rey del mambo y mangonear (y lo hace mucho) el rumbo de la película. Ojo al despropósito que en breve estrenará ('Man of Tai Chi'). No hay por donde cogerla. Excesivos errores en el argumento: ¡¡SPOILERS!! (¿Por qué diablos los malos dejan vivir a los protagonistas desde un principio? ¿Por qué la bruja, que adivina el futuro, no sabe que los héroes siguen vivos?), absurdas secuencias al gusto del productor, que no satisfecho con sus anteriores incursiones en el cine de piratas ('PdC: el cofre del hombre muerto' ,2006, 'PdC: en el fin del mundo' ,2007) nos regala unas cuantas escenas que parecen sacadas de esa saga, con un toque entre 'Conan' (1982) y 'Gladiator' (2000).
De acuerdo que es una película basada en leyendas y que todo puede suceder. Pero no a este nivel infantil, de inmaculada blancura y personajes que no merecen ni que los pongan en el póster principal (bastante engañoso por cierto). Las idas y venidas de los protagonistas, los mil perdones que se piden unos a otros, el desconcierto que transmite la trama en muchos minutos y la previsibilidad de un climax final que tiene toda la pinta que haberse hecho con prisas, falta de imaginación y espíritu de sacrificio made in USA que hace avergonzarse a toda la platea que asiste a la proyección.
En resumen, una disparatada cinta dirigida a un público semi adolescente (no se lo recomiendo a mayores de 12 años), que disfrutarán de los bonitos monstruos que nos solemos tatuar por su referencia japonesa; un catálogo espléndido de cómo poner cara de poker a cargo de Keanu Reeves y un sinfín de estúpidas alusiones a la moral, el honor y el sacrificio pasadas por la batidora de un guionista, Chris Morgan, que no tuvo nunca que salir de su saga, 'Fast & Furious'.
Kurosawa se debe estar haciendo el "harakiri" ahora mismo.