Blockbuster de barrio
por Xavi Sánchez PonsLa saga de Terminator es una clase maestra a la hora de aplicar un espíritu serie B a las producciones de alto presupuesto; el blockbuster entendido como el cine de barrio de moderno. Cierto es que Lucas y Spielberg lo hicieron ya en los años setenta y ochenta, pero James Cameron acabó de rematar la jugada con Terminator 2: El juicio final, secuela en clave cine espectáculo de un primer Terminator que tenía más puntos en común con el menos es más del Roger Corman de la New World, que con los grandes taquillazos de su época. La saga protagonizada por Arnold Schwarzenegger se inició con un filme de ciencia ficción de presupuesto ajustado y efectos especiales old school, stop motion incluida, lleno de ideas de guion inverosímiles pero fantásticas –esos saltos y paradojas temporales con más agujeros que un queso gruyer-. Un tono pulp que se ha ido manteniendo a lo largo de toda las entregas, con más dinero, manteniendo ese aire relajado y festivo que le sienta tan bien. Terminator Génesis recupera los aires bis del primer Terminator y también propone una suerte de remedo de la saga llena de guiños a la misma, un notable parque temático sobre la lucha entre los humanos y Skynet. Un paseo pop dominado por la diversión sin cortapisas, un Arnold Schwarzenegger totémico, y por las escenas de acción espectaculares.
El filme de Alan Taylor tiene sus momentos más brillantes en su primera media hora, un resumen actualizado, de ritmo endiablado, y genial, de las primeras cuatro películas de la saga –ojo al actor coreano Byung-hun Lee como el nuevo T-1000-, para luego proponer una nueva visión del imaginario Terminator apoyado en una historia, a ratos autoparódica de forma consciente, que riza el rizo de los viajes temporales. Un argumento inverosímil, algo rocambolesco, que parece sacado de un exploit italiano de los ochenta, pero ojo, tremendamente adictivo, sin pausas ñoñas, lleno de encanto sci-fi de feria, donde tiene cabida la física quántica y el deus ex machina –ese Skynet capaz de resucitar ad infinitum como si se tratara de un Jason Vorhees cualquiera-. Todo este guirigay argumental está sazonado con escenas de acción de alto voltaje, la mejor sin duda es el accidente del bus escolar en el Golden Gate de San Francisco, un prodigio de planificación y CGI que raya lo perfecto.
El capítulo de peros lo encabeza sobre todo el reparto, con unos Jason Clarke y Jai Courtney que no están a la altura de sus personajes –John Connor y Kyle Reese merecían actores con más carisma-, y una Emilia Clarke como una Sarah Connor más tierna que torturada. En cambio Arnold Schwarzenegger se muestra más suelto que nunca; aporta humanidad con un Terminator crepuscular, Clarke se refiere a él como ‘abuelo’, en una suerte de trasunto cibernético y no alcoholizado del John Wayne de Valor de ley.
A favor: un Arnold Schwarzenegger en estado de gracia.
En contra: la falta de carisma de Jason Clarke y Jai Courtney.