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    El congreso
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    El congreso

    Fábula de un Hollywood apocalíptico y animado

    por Violeta Kovacsics

    En El congreso, Robin Wright, la princesa prometida, la chica de Forrest Gump, es una madre preocupada por su hijo enfermo y una actriz que ha entrado con poca fortuna en la madurez. Se presta entonces a firmar el último contrato de su carrera, que permitirá a un ordenador recrear sus habilidades interpretativas.

    Cuando Wright se queja del contrato porque en él pone que su clon podría participar en películas de ciencia ficción, un productor responde, habla sobre el género y señala el cariz profundo, a veces complejo, de la ciencia ficción. Algo de todo esto hay en El congreso, una película con una profusa masa teórica, desplegada primero a partir de diálogos y de discursos. Se podría argumentar que El congreso tiende a la verbalización, especial y precisamente en su faceta más reflexiva; pero esto sería desechar la brillantez de una propuesta estética profunda y muy clara, que ahonda en la relación entre la imagen real y la animación, en el gesto de la actriz y en los procesos creativos.

    El congreso se abre con un primer plano de una Robin Wright frágil, por cuyo rostro se desliza una lágrima. En su mejor escena, una máquina intenta capturar todas las expresiones de Wright. Situada en medio de una bola capaz de captar cada uno de sus gestos, la actriz intenta responder a lo que un técnico le pide, ordenador mediante. Cuando ella se bloquea, su representante toma la palabra y le cuenta una historia, la historia de él, pero también de cómo la conoció a ella, de cómo detectó sus flaquezas. La escena pone en evidencia la importancia del relato, de la referencia, a la hora de elaborar el gesto. Folman no sólo captura las expresiones de Wright, sino que captura así el instante creativo. En cierta manera, y salvando totalmente las distancias, en este punto, El congreso entronca con otra película reciente. En Sils Maria, de Olivier Assayas, Juliette Binoche interpreta a una actriz, también madura y con claras referencias a la trayectoria de la propia Binoche. A partir de la premisa de la confrontación de la actriz con la edad y de la penetración de la realidad en el relato de ficción, El congreso y Sils Maria plasman en la pantalla algo tan escurridizo y difícil de aprehender como es el proceso de creación del gesto, de la expresión, del personaje.

    Pasados 45 minutos de película, Folman abandona la imagen real para adentrarse, de la mano de una Robin Wright convertida en dibujo animado, en la animación. Propone así una pirueta tremendamente anti-comercial, o anti-hollywoodiense (para seguir con el discurso de la primera parte, tremendamente desesperanzadora en su retrato de la industria cinematográfica). En un carrusel de colores y formas cambiantes, Wright asiste a un congreso donde no hay rastro de ninguna imagen real, donde encuentra a un hombre animado que la ama, donde prosigue la presencia ineludible de su hijo.

    El corte tajante en el plano estético –de las figuras de carne y hueso a la animación– permite a Folman reflexionar sobre las circunstancias actuales del cine en la época dorada del CGI: El congreso es una película que trasciende la imagen real a la vez que retrata un universo en el que el cuerpo real de los actores ya no resulta imprescindible.

    Por su capacidad para adentrarse en la esfera más íntima de la actriz y por su empeño en señalar las fisuras entre la realidad y la imagen animada, 'The Congress' se erige en una de las películas más importantes del cine actual. Es tan capaz de conmover como de ahondar en su propio medio. Resulta tan compleja y estimulante en sus múltiples reflexiones como fascinante y sensorial en su propuesta estética.

    A favor: El equilibrio entre reflexión y emotividad.

    En contra: Cierta divagación en el pasaje animado.

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