Para los cubanos, el béisbol es algo más que su deporte nacional. Aunque lo importaron desde los Estados Unidos hace más de siglo y medio, poco a poco lo fueron convirtiendo en un elemento básico de su identidad. La pelota, como llaman al béisbol en Cuba, ha sido el principal catalizador de las emociones del país, de sus virtudes y defectos, de sus sueños y ambiciones. Si ganarle a los norteamericanos siempre fue una obsesión nacional, con la llegada de la revolución del 59, la pelota se transformó en el único campo de batalla legal para resolver las diferencias. Ser pelotero dejó de ser un oficio para convertirse en una responsabilidad política que durante cuarenta años ha generado heroísmo y gloria, pero también desesperanza y "traición".