Tiros, tetas, tatuajes
por Alejandro G.CalvoTiene cierta lógica que tras el éxito (merecido y a todos los niveles: crítica y público) de 'Drive' (2010) el cine norteamericano tratara de seguir explotando los códigos subterráneos que regían el cine noir de los años 80. Y qué mejor manera que recuperar a un cineasta básico de dicha época como es Walter Hill -su última película hasta la fecha ('Invicto') data de hace diez años- cuya 'Driver' (1978) es la plantilla serigrafíada sobre la que Nicolas Winding Refn tejió su violenta elegía retro-modernista. Eso no quiere decir que 'Una bala en la cabeza', película que adapta la novela gráfica de Alexis Nolent "Du plomb dans la tête", tenga nada que ver con la película protagonizada por Ryan Gosling, más bien todo lo contrario: si una es un ejercicio de reformulación del género que combina con inteligencia la semántica de Jean-Pierre Melville con la violencia estilizada de Michael Cimino y el tempo desclasado de Jim Jarmusch, la película de Hill adentra sus raíces en el cine más bruto, malhablado y sucio que surgiría de meter en una misma coctelera a Don Siegel, el primer Michael Mann y al recientemente fallecido Michael Winner. Vaya, que mientras 'Drive' nos habla del cine de los 80 desde el Siglo XXI, 'Una bala en la cabeza' parece haber sido realizada por Hill hace veinticinco años, más o menos entre 'Danko: Calor Rojo' (1988) y 'Johnny El Guapo' (1989).
Así, lejos de las bromas para insiders y el guiño nostálgico-rancio que uno puede encontrar en el díptico 'Los mercenarios' (2010 y 2012), 'Una bala en la cabeza' se plantea como un ente solitario y atípico que en su inmovilismo estético acaba adquiriendo valores que la hacen más que disfrutable. Y es que al igual que ocurría en 'Dredd' (2012), la película de Hill no duda en volverse malhablada, ultraviolenta y políticamente incorrecta, es decir, nada que ver con los impolutos tiempos que corren en el Hollywood contemporáneo. De ahí que pese a que su historia recorre caminos más que trillados por todo tipo de thrillers-con-vendetta (el canon establecido por 'A quemarropa' (1967) sigue perfectamente vigente) y que tenga cierta cojera en su coalición con las buddy movies (también ochenteras), la obra de Hill es un soplo de aire tóxico que viene a remozar el género con un espíritu meramente lúdico. Aquí el héroe, al que da vida un Stallone en modo Hulk Hogan, no tiene ningún tipo de miramiento a la hora de asesinar a diestro y siniestro cualquiera que se le ponga por delante, ya sea un gángster de medio pelo, un policía corrupto o un empresario primo hermano de los de la trama Gürtel. Para Hill está claro: los tiempos habrán cambiado, pero no la mejor manera de acabar con los malos. Y es en esa hecatombe de tiros, puñaladas y hachazos donde el espectador afín al género podrá regocijarse a gusto. Nada más, nada menos.
A favor: La secuencia del interrogatorio al villano interpretado por Christian Slater.
En contra: El clímax final, donde la pelea entre Jason Momoa y Sylvester Stallone parece la pantalla final de un videojuego.