Las películas sobre niños sin infancia (en este caso, abandonados por su madre al cuidado de una tía alcohólica) suelen ceder bajo la tentación del sentimentalismo. Esta no. Es demasiado sabia como para permitírselo. Su dureza es escalofriante, descorazonadora. Concede lo justo a las zonas de esperanza y de belleza. Entiende que la emoción se gesta con serenidad, que la honestidad genera su propia poesía. La coreana Kim extrae instantes mágicos y gestos de verdad de sus pequeñas protagonistas, hermanas que se cuidan a sí mismas en su proceloso camino hacia el hogar que aún desconocen.
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