La praxis médica es una actividad compleja que conlleva un plus de responsabilidad que no tiene que ver únicamente con el aspecto físico o fisiológico del asunto. En el ámbito de la medicina es tan importante o más que lo físico la dimensión psicológica de la enfermedad, causa primordial o coadyuvante junto con los otros factores responsables de la mejoría y curación de la misma. La película de Óskar Santos está protagonizada por un esforzado Eduardo Noriega que da vida a un médico que ha cerrado todos su poros sensitivos al sufrimiento ajeno, a tal punto que ahora ni puede identificarse con el dolor de los demás, lo que le aísla emocionalmente de sus pacientes, pero tampoco experimentar ningún otro tipo de empatía de signo más positivo, lo que en términos prácticos le convierte en un hombre solitario y adusto que además arrastra su propio fracaso matrimonial, quizá como consecuencia de haber generalizado al terreno privado la misma forma ausente y aséptica de abordar los problemas cotidianos referidos a la convivencia de pareja. Pues bien, este galeno puesto a la defensiva del mundo se verá envuelto de pronto en una trama de corte fantástico al haberse cruzado por azar con un hombre desesperado que, tras descerrajarle un tiro en el pecho, acaba con su vida de la misma manera. A pesar de la gravedad de las heridas, el maltrecho doctor despierta milagrosamente en la sala de reanimación y nadie logra explicarse cómo ha podido suceder tal cosa sin minutos antes parecía encontrarse en una situación de extrema gravedad. A partir de ese instante se pone en marcha una trama capaz de mantener el suspense durante muy pocas secuencias, pues rápidamente el espectador avezado intuye el misterio que se esconde tras las curaciones milagrosas que comienzan a sucederse, y lo que es peor, comienza a ser consciente de las trampas lacrimógenas del dispositivo, diseminadas aquí y allá con el objetivo de tapar las carencias narrativas y reflexivas de la propuesta. Al final de la función el naufragio hipocrático es total y, como único punto salvable, solo se mantiene a flote la coherencia moral y existencial de la mujer del suicida, personaje clave sobre el que pivota el mensaje redentor y la misión sacrificial del médico. Prometía mucho más de lo que realmente da. No obstante, plantea temas que pueden animar cualquier postoperatorio.