Un payaso diabólicamente irrisible
Comenzando en el génesis del celuloide, el género de horror ha gestionado una convocatoria tan prolífica como desvergonzada que tiene como propósito absoluto reclutar a sus filas objetos, individuos o cualquier entidad que capacite y optimice una potencial magnetización de tensión de cara al espectador. Ya hoy en día, la competencia parece haber agonizado al estar casi que rubricados los principales vehículos, los cuales se emulan unos a otros tal como si fuese un inescapable patrón para el cine contemporáneo; hablamos sobre muñecas, trebejos, demonios, anticristos, religiosas, protagonistas de relatos utópicos, nigrománticas, muertos vivientes, espectros, trasgos, homicidas seriales, psicópatas y toda su extensión de posibilidades, deidades paganas, moradas embrujadas, creaturas de otro planeta, pájaros, una soga e inclusive el mismísimo Diablo. Sin embargo, hay un tipo de innegable efectividad, una categoría de escasas representaciones que atesora muchísimo más poder que cualquiera en la lista, ellos son los payasos. Camuflando su identidad bajo estrambóticas capas de maquillaje y siniestros atuendos, estos seres buscan divertir a un público mediante actuaciones humorísticas que reflejan la torpeza, ignorancia y perversión del ser humano. Grandes como chicos manifiestan severos e irracionales pavores hacia estos bufones debido a su carácter grotesco y ambiguo. Han sido numerosas las poblaciones que han acordado acotar radicalmente distancias o posibilidades de acercamiento gracias al crecimiento meteórico de la coulrofobia, una fobia explosionada por el lanzamiento de un reciente avance audiovisual, el cual rompió records hace algunos meses, y no, no aludimos precisamente al Joker (Heath Ledger) de la trilogía de ”The Dark Knight”, al Captain Spaulding (Sid Haig) de “The Devil's Rejects” ni a Twisty (John Carroll Lynch) de “AHS”, nos referimos al altisonante IT, el monstruo que emergió de los oscuros pensamientos de uno de los escritores de horror, por excelencia, del último siglo: Stephen King. Un personaje que coadyuvo, considerablemente, a fortalecer el pavor hacia los hombres de narices circulares y que hoy, después de ser adoptado ya una vez a formatos audiovisuales televisivos, regresa a los cines no solamente rompiendo registros de recaudación, también corazones fieles y expectativas altas.
Cuando críos de todas las edades empiezan a desaparecer misteriosamente en el pequeño y acerbo pueblo de Derry, un clan de pequeños hombres, auto-reconocidos bajo el seudónimo del Club de los Perdedores, tendrán que enfrentar sus más grandes y recónditos miedos, unos que vendrán en forma de cabello azafranado, nariz caricaturesca, frente acusada, ojos manipuladores y globos inflados con grandes cantidades de terror. Ahora, todos saluden a ¡Pennywise!
Tras la partida de Will Poulter, Bill Skarsgård (“Allegiant” “Hemlock Grove”) fue quien se apodero con propiedad y prontitud del estelar rol antagónico. Su Pennywise es tunante, perturbador y horrífico, no obstante, al tener que mantener solida su función de adaptación cinematográfica, su personaje relega su deber de trasmitir turbación para decantarse por una visión más fantástica, utopías que perjudican gravemente el impacto que debe tener dentro del género. La mayoría de los jump-scares que provienen de este son potenciados por el perceptible e incluso incomodo exceso de efectos visuales, sin embargo, la ingeniosidad y originalidad en la introducción de cada una de sus apariciones es loable y es de lo más destacable y espeluznante en cuanto a horror se refiere. Es decepcionante testificar que pese a que su interpretación reboza de fuerza y magnetismo, jamás logra alcanzar los niveles de gloria de la secuencia de apertura; impresionantes los matices vocales y gestuales y aún más las variaciones de tonalidad en los ojos en son de simbolizar sus fines persuasivos, fortaleciendo y retratando en simultaneo la extática y legendaria escena en la cloaca, simplemente un clásico del horror.
Tras el brusco y preocupante abandono de Cary Fukunaga, el argentino Andy Muschietti, uno de los máximos exponentes representando el potencial latinoamericano dentro de la meca del cine, se pone detrás de las cámaras impregnando su acaparador sello para el horror en cada fotograma, improntas propaladas por medio de un impresionante debut Hollywoodense, “Mama”. Hay que reconocer que Muschietti comprende las maneras de concebir y jugar con la cámara en orden de construir una atmosfera in crescendo, además de poseer un ojo crítico para idear visuales acordes y personajes conmovedores, empero, el cineasta pierde el control de la cinta en el instante en que relega la importancia y coherencia de la historia por el susto barato y efímero. También se puede destacar la homogénea mezcla entre géneros y el despliegue de secuencias de tensión originales, teniendo la capacidad de revolucionar los ablativos de la audiencia en un abrir y cerrar de ojos. Teniendo que ser el asidero más grande para el largometraje, exhibe con orgullo las claras referencias al cine de horror de la actualidad; solo por citar un ejemplo: el universo de “The Conjuring”, con el empleo de infinitos mecanismos de horror, de facto, incluso hay una escena y un personaje determinado que se asemeja en demasía a unos concretos de la tercera entrega del mundo de Wan. Amén de lo anterior, presenta falencias de grandes magnitudes como inconsistencias en el guion o perceptivas licencias en la sala de edición que le restan seriedad y credibilidad al trabajo, a saber fallos de raccord.
Los actores menores de edad son, innegablemente, el principal imán para la trama, son destellantes y conmovedoras sus interpretaciones en la formación del fundamental enlace audiencia-personajes. Si bien los infantes siempre estarán mucho más propensos a concebir una verdadera relación, el septeto de mancebos consiguen un nivel interpretativo relativamente alto, no obstante, muchos lo hacen con personajes tristemente estereotipados como el bocón comic relief de Finn Wolfhard (Richie Tozier), el tierno y crédulo panzón de Jeremy Ray Taylor (Ben Hanscom) o el niño en proceso de madurez de Chosen Jacobs (Mike Hanlon). Pero lo clónico no ahoga todo el metraje, hay espacio para personajes tremendamente novedosos y cero clichés como el recio y humano protagonista Jaeden Lieberher (Bill Denbrough), el increíblemente judío de Wyatt Oleff (Stanley Uris) y, por supuesto, el subversivo y denodado papel de Sophia Lillis (Beverly Marsh), sin pelos en la lengua, una de las más fascinantes interpretaciones juveniles femeninas en cintas de horror recientes.
Escrita por Chase Palmer, Cary Fukunaga y Gary Dauberman, claro, sobre la legendaria peana de Stephen King, la historia y los parlamentos están, a niveles generales, por debajo de la media. Optan por focalizar la atención explícitamente en los encuentros entre los integrantes del club y el payaso, encomendándole a los personajes secundarios sub-tramas de peso dramático, además, el propio protagonista no gana siquiera una exigua cita ni a su madre o padre, meramente se presenta el conflicto moral y emocional con sus traumas, camaradas y su pequeño hermano. El lenguaje que emplean los niños es de dudosa credibilidad ya que estos se encuentran en una edad aparentemente temprana para utilizar expresiones sobre temas profanos y palabras malsonantes de manera tan despreocupada. Aunque tienen la oportunidad de exculpar la carencia de astucia y sentido común en los movimientos de los personajes a expensas del rango de edad, la historia falla incansablemente en la toma de decisiones que colman la paciencia, no hay determinaciones realmente inteligentes en pro del avance narrativo y eso amohína a espectadores exigentes como yo. Se evidencia una diligente aproximación a la problemática del hostigamiento escolar y la marginación social, estas aderezadas por otras cuantas que llevan ya tiempo entre otros, como lo son el abuso infantil, la sobreprotección maternal, la pubertad o la superación del temor más horroroso al más inofensivo; en resumidas cuentas, el género dramático es el que mejor parado sale. No obstante, la coladura más grave, que aunque es perceptible desde la mitad del metraje, se agudiza en el tercer acto, derramando pura fantasía y ficción que le arrebatan instantáneamente la categoría de horror, alternando situaciones que claramente vienen de las maravillosas locuras de King.
Chung-hoon Chung continua almacenando victorias luego de su exquisito trabajo en “The Handmaiden” de Chan-wook Park, manteniéndose fiel tanto a la serie de los 90 como al libro homónimo hasta el último momento. Muschietti se ha caracterizado por dibujar imágenes impecables y para esto se encarga de seleccionar al mejor personal, es por esto que Chung fue una elección adecuada al cuidar prolijamente cada componente del cuadro, su función, importancia y consecuencia. La manipulación viene de los colores y matices visuales, con técnicas que empiezan en la alternación del brillo e intensidad en correspondencia al estado emocional que se quiere trasmitir. Los efectos visuales también son de primer grado, y tenían que serlo al abarcar tanta supuesta irrealidad. La labor de edición también se las apaña para ser uno de los constituyentes mejor evaluados puesto que se pone en manifiesto un trabajo profundo, satisfactorio y focalizado retratando con respeto y amor un icono del mundo del terror, además, de esto depende la esencia de los géneros. El arte y todo lo que este abraza (maquillaje, peinado, sets, etc.) consigue loables méritos; justamente, hay muy poco que alegar en este apartado que articula acertadamente giros de cámara con ángulos funcionales y acostumbrados que conllevan a la presentación de una historia hermosa y perturbadora.
Hoy en día es casi inalcanzable, no imposible, toparse con compositores que igualen o superen aquellas melodiosas partituras que embellecían con arte sonoro cuadros con niñas trasbocando materia verdosa, asesinos asomando tétricamente el rostro por la abolladura de una puerta o una horda de furiosas y mortales aves, sin embargo, el aluvión de excelentes cintas de horror en los últimos tres años nos ha presentado varios candidatos. El primero en la lista es, desde luego, Joseph Bishara, un compositor que con sus estridencias y constante uso de agudos instrumentos de cuerda que emanan temor e incertidumbre consigue consolidar un trabajo elocuente. Las composiciones de Mark Korven para “The VVitch” el año anterior fueron magistrales y soberbias. “It Follows” capacitó a Rich Vreeland para demostrar sus habilidades en cuanto a la concepción de inseguridad se refiere a través de ensordecedoras y contenidas melodías. Ahora, Benjamin Wallfisch, sorpresivamente acaba de inscribirse gracias a sus partituras de corte clásico que reconstruyen aquellos sonidos añejos, una faena espectacular y excepcional que intensifica la calidad del largometraje.
Andrés Muschietti no desengaña, sin embargo, tristemente, tampoco sobrecoge demasiado. Su remake/revival de Pennywise, el cual vendrá en dos únicas entregas, proporciona la suficiente cantidad de remisoria fidelidad en cuanto al aspecto visual, empero, la balanza cae estrepitosamente presentando sus aspectos narrativos y constructores de horror, los cuales se desmoronan, con gradualidad, por culpa del súbito chorro de fantasía que se avalancha sobre el último acto. Para los menos fanáticos, “It” (2017) perdurara rompiendo records gracias a una eficiente campaña publicitaria, la globalizada nostalgia infantil, los sinceros seguidores literarios y las grandes dosis de suspenso y efectivitas jump-scares, no obstante, para los más exigentes y verdaderos amantes del autor y el género, la película no alcance nuevos horizontes, es más, adolece de verdadera fibra de horror, desairándola por experiencias dramáticas y de suspense que dejan una sensación de inconformismo e incluso tristeza al ver rodar los títulos de créditos, debido al agrio y brusco cierre que se le otorga a una historia que no posee las mismas cotas de terror que los actos de su maligno villano.