Yakuza Logan
por Alejandro G.CalvoTras el descalabro, artístico y popular, de X-Men Orígenes: Lobezno –y mira que el material de base era excelente: el cómic "Lobezno: Origen" de Paul Jenkins y Joe Quesada con dibujos de Andy Kubert-, todo eran dudas respecto a lo que podía significar este Lobezno inmortal, una película de simbiosis extraña, puesto que sirve tanto como reboot del personaje en aras a producir futuros títulos como de apócrifa secuela de X-Men: La decisión final (2006) –de hecho, el leit motiv de la película versa alrededor de una serie de pesadillas que Lobezno tiene con la fallecida Jean Grey-, and last but not least como de inquietante prólogo al gran estreno de la saga mutante del 2014: X-Men: Días del futuro pasado, con Bryan Singer de nuevo al timón de la Patrulla X. Para ello Mangold ha decidido aislarse de todo y de todos, mandar a Lobezno a Japón –un clásico en las aventuras del mutante canadiense- y, en un batiburrillo de referencias que mezcla con distinto grado de herejía los orígenes del personaje –por citar uno de los más raros: la villana Víbora posee el físico y la vestimenta de Dragón Lunar, aunque esto es algo que sólo sorprenderá a los geeks de los tebeos de los 70-, erigir una especie de neo-noir a modo de versión psicotrónica del Yakuza (1974) de Sydney Pollack, cambiando al ex policía que interpretaba Robert Mitchum por el mutante de las garras de adamantium, y acercando su estética lo máximo posible a la marca blanca que Marvel ha ido imponiendo gracias a las películas surgidas del corpúsculo de Los vengadores (2012): espectaculares (y nítidas) secuencias de acción, una descripción del personaje que baila entre el melodrama –su condición superheroica- y la comedia –sus frases lapidarias- y una traca final que trate de superar todos los no-va-más vistos hasta la fecha (aquí, no se consigue).
Mangold, cineasta irregular que tan pronto sorprende (Copland, 1997) como indigna (Noche y día, 2010) plantea dos grandes bazas para que su película sea un éxito. La primera (la que funciona) es acercar a Lobezno al cine de artes marciales, al enfrentarlo con un seguido de yakuzas y ninjas donde unos luchan con katanas y el otro con sus garras, dando pie a un seguido de secuencias donde la acción física a la vieja usanza –mamporros elásticos sin cortes de plano- prevalece por encima del trampantojo de los FX digitalizados. La segunda es un extraño virus que hace que Lobezno pierda su factor curativo volviéndolo, presuntamente, más frágil frente al enemigo. Una manera de humanizar al personaje que, empero, no sirve para nada más que para dar pie a un soporífero intermezzo romántico perfectamente prescindible. De esa lucha de opuestos acaba surgiendo el verdadero valor de esta Lobezno inmortal: una película con altibajos, capaz de crear secuencias de acción alucinantes –ojo a la pelea en lo alto del tren bala o, aún mejor, el ataque con flechas de los ninjas a Lobezno, casi un remedo/homenaje al final deTrono de sangre (1957) de Akira Kurosawa- manteniendo un tono narrativo reposado, incluso clásico, pero que o bien carece de mordiente para quemar de verdad sus naves o bien se hace un cacao con las tramas y los personajes haciendo algo incomprensible según qué acciones en su desarrollo final. En resumen, la película queda lejos de la perfección, pero cumple al pie de la letra el ser un producto fast-pulp capaz de satisfacer los gustos de los más exegetas. Lobezno ha resucitado (en la gran pantalla) y el futuro en Marvel sigue siendo de lo más prometedor.
A favor: La secuencia escondida tras los créditos. Un appetizer en todo regla.
En contra: ¿En serio va a regresar el romance al cine de acción?