Al principio La partícula de Dios parece una parodia del cine negro de los años 50, rodada en clave de comedia, pero pasados veinte minutos te das cuenta de que no, que se la han tomado en serio. Y es que en esta película todo resulta demasiado artificial, desde la pesada narración llena de frases impostadas de Antonio Banderas, al resto de personajes faltos de toda naturalidad, pasando por ese intento de crear una atmósfera sombría que se queda, más bien, en poses psicodélicas y planos torcidos en un intento de parecerse a "Sin City".
La cinta resulta ser una amplia sucesión de clichés del género, como que la historia esté contada por un detective privado cansado de su vida, de la ciudad y de todo, la oficina-vivienda iluminada por un neón que se cuela por la ventana, el trío de policías de dudosas intenciones, escenas de sexo gratuitas, la mujer fatal, el boxeador gigante y con pocas luces… Todo ello mezclado en un guion enrevesado y con ese toque científico de física de partículas que no termina de encajar.
Sorprendentemente, el reparto está lleno de caras conocidas, el ya citado Antonio Banderas, que suena más raro que de costumbre ya que no ha sido doblado por su doblador habitual y está sobreactuado la mayor parte del tiempo. El rapero Snoop Dogg, convertido en un director porno que se atreve a compararse con Alfred Hitchcock, William Fichtner en su eterno papel de ‘poli malo’, Sam Elliott con su inseparable bigote y una horrible peluca ‘hippie’, el luchador de la WWE Robert Maillet como el boxeador ruso y una breve aparición de James Van Der Beek (Dawson crece) interpretando a un actor de éxito metido en líos.