El futuro era esto
por Alberto CoronaDentro de una saga tan alocada y caótica como es la de Terminator podría dar la impresión de que a cada nuevo episodio se ha intentado modificar el rumbo. Y que, por esto mismo, ya hemos perdido la cuenta de los 'reboots' o 'remakes' encubiertos que ha ido experimentando la franquicia. No obstante, la reformulación de la marca llegó bien pronto; concretamente en 1991, cuando Terminator 2: El juicio final sentó el mayor pico de calidad al que podía aspirar la historia, y seguidamente cada episodio se ha construido de forma directa sobre sus presupuestos. Es lo que hace Terminator: Destino oscuro, según han dicho sus propios responsables, borrando además de la existencia el resto de entregas posteriores a T2. Pero, sobre todo, es lo que se le ha permitido a hacer gracias a que, a principios de los 90 y cambiando radicalmente de opinión, James Cameron nos dijo que el futuro sí se podía cambiar. Que no había más futuro que el que escribíamos nosotros, y que podíamos derrotar a Skynet en todas las líneas temporales que se nos antojase. Porque nosotros lo valíamos.
A diferencia de lo que preconizaba la sombría primera entrega -y, de forma similar y a modo de corrección de rumbo, la reivindicable Terminator 3: La rebelión de las máquinas-, el Terminator de principios de los 90 proponía un reflejo optimista y mucho más digerible del capítulo inaugural, permitiendo no sólo que el Juicio Final fuera evitado sino dando pie a todo tipo de variaciones sobre este futuro agreste que los personajes se negaban a aceptar. De ser una fábula misántropa, Terminator 2 entraba en la liga de los 'blockbusters' a golpe de humanismo, y así andamos ahora, cuando el subtítulo de Destino oscuro que acompaña la sexta parte no podría parecer más cínico y engañoso. No es sólo el hecho de que el destino ni esté escrito ni sea oscuro; es que esa supuesta mirada al horizonte está tan emboscada en referentes pretéritos que ese nuevo gran relato que se propone trazar -planeando, como está mandado, más secuelas de esta línea- es de lo más contradictorio. A nadie debería extrañarle que muchas de las exaltadas primeras impresiones comparen Destino oscuro con El despertar de la Fuerza, porque la jugada es la misma: hacer pasar por esperanza de futuro un remix poco imaginativo de lo que ya funcionó en el pasado.
La película dirigida por Tim Miller se enmarca de modo orgánico en una vertiente industrial donde se dan cita tanto El despertar de la Fuerza como la reciente Noche de Halloween -con recuperación de heroína sexagenaria incluida-, en tanto a la memoria selectiva y a la apertura de targets. Y todo hay que decirlo, es lo que mejor le rinde. Terminator: Destino oscuro está protagonizada por tres mujeres, una de ellas latina, y frente a este triunvirato la presencia masculina se limita a un Terminator malo que da bastante vergüenza ajena y a un Arnold Schwarzenegger esforzándose por que cada reaparición posterior a La rebelión de las máquinas sea más absurda y desmitificadora. Presencias testimoniales que palidecen ante el poderío alcanzado por el equipo que forman la recuperada Linda Hamilton, Natalia Reyes y una espléndida Mackenzie Davis. Las relaciones tejidas entre ellas están lo suficientemente trabajadas como para que la imprescindible pátina feminista no devenga impostada, y en términos emocionales Destino oscuro consiga alzar el vuelo con una convicción ausente en la saga desde el "ahora sé por qué lloráis".
No es el único acierto de Destino oscuro. Siendo consciente de que, además del repositorio nostálgico, hay una etiqueta sci-fi a la que adscribirse, el film de Miller parte de la actualidad para afrontar la deshumanización desde varios ángulos, acentuando no sólo el elemento neoludista de entregas previas, sino también explorando otros sometimientos como el de los inmigrantes sin papeles dentro de EE.UU. en una secuencia abismalmente torpe pero, también, forzosamente defendible. Más allá de esto, pues un poco lo de siempre. Tristemente, la era del blockbuster concienciado es también la era del blockbuster desaliñado y hecho a las prisas, y así ocurre que Destino oscuro es una película espantosa desde el punto de vista formal, conteniendo las que pueden ser fácilmente las peores escenas de acción del año, y remitiéndonos otra vez, con más amargor que nunca, a la segunda parte que verdaderamente lo empezó todo. Recordar el CGI que moldeó a Robert Patrick y compararlo con las soluciones estéticas en las que incurre Destino oscuro supone el mejor modo de calibrar qué hemos perdido y qué hemos ganado en el camino hacia este futuro que T2 nos permitió escribir. Y sí, probablemente hayamos ganado mucho, pero la pregunta que cabría hacerse ahora es por qué este trofeo es tan sumamente feo.