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    Bel Ami: Historia de un seductor
    Críticas
    2,5
    Regular
    Bel Ami: Historia de un seductor

    Mirada acero azul

    por Mario Santiago

    A nivel cinematográfico, Bel Ami: Historia de un seductor no pasa de ser una correcta adaptación de la novela más célebre de Guy de Maupassant, aquella en la que el alumno de Flaubert desplegó con mayor fluidez la vertiente realista de su obra, retratando los entresijos de la Tercera República Francesa. En este sentido, el dúo de directores formado por Declan Donnellan y Nick Ormerod se limita a poner en imágenes de forma discreta y solvente (con menos florituras de las que apunta el arranque del filme) la académica adaptación escrita por Rachel Bennette. En cierto sentido, las imágenes de este Bel Ami –que no intenta competir con la versión que dirigió Albert Lewin en 1947, con George Sanders y Angela Lansbury– remite a los dignos ejercicios de cine histórico-literario firmados por Stephen Frears: títulos como Las amistades peligrosas o la más reciente Chéri, que comparten con la película que nos ocupa el interés por el precio del deseo, la crueldad de la dominación sentimental y las heridas que puede abrir el rencor de clase. Así, la película fluye sin grandes alardes ni ostensibles patinazos y, en algún momento puntual, llega a demostrar un cierto potencial expresivo, como en la recatada pero fogosa escena de sexo en la que el personaje de Uma Thurman somete al apocado y desvalido Bel Ami, interpretado por un Robert Pattinson que intenta demostrar que hay vida más allá de Edward Cullen.

    En realidad, el mayor interés deBel Ami: Historia de un seductor reside en la observación de los tenaces esfuerzos que realiza Pattinson por dotar de profundidad dramática y psicológica a su personaje. Hay algo tremendamente inquietante en el rostro alelado y en la sonrisa boba de Pattinson, algo hermético e indescifrable: podría ser un intrigante misterio sin resolver; aunque yo me decanto por considerarlo un temible agujero negro capaz de alborotar tanto el apetito sexual de sus partenaires –las notables Kristin Scott Thomas, Christina Ricci y Thurman– como los sueños húmedos de millones de adolescentes de todo el planeta. ¿Cómo explicar la fascinación que despierta la monótona (in)expresividad de Pattinson? Su mirada brumosa, algo taciturna (puro "acero azul" made in Zoolander), tiene el poder de invocar una cierta arrogancia, aunque cuando R-Patt se esfuerza por afligir el gesto lo que surge es una mueca más bien inane. Donnellan y Ormerod dejan demasiado libre a la joven estrella: marcándolo mucho más de cerca, controlando su gestualidad y convirtiéndolo en una esfinge inmutable, David Cronenberg saca lo mejor del chico en la magnífica Cosmopolis. Una prueba más de que los actores casi nunca son más (ni menos) que los secundarios de lujo del cine.

    A favor: El trío de féminas a las que encandila Pattinson: Kristin Scott Thomas, Christina Ricci y Uma Thurman.

    En contra: La impersonalidad de la puesta en escena.

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