...y tiro porque me toca
por Daniel de PartearroyoMientras un gran número de seguidores de las películas de superhéroes y espectadores de cine espectáculo en general se llevaban las manos a la cabeza ante el anuncio de la tercera encarnación diferente de Spider-Man en dos décadas, actualmente en preparación a cargo de Sony y Marvel, por su cuenta los responsables de Hitman se han dedicado a reiniciar la adaptación al cine de la saga de videojuegos de IO Interactive tan sólo ocho años después de la primera película, Hitman (Xavier Gens, 2007), sin que nadie armara excesivo revuelo. Es un claro indicio del escaso impacto que la versión cinematográfica del Agente 47, protagonista de la exitosa y superventas franquicia de videojuegos, tiene realmente en la cultura popular. Nada más adecuado para una figura que, como indican sus atributos genéricos de traje impoluto y calva con código de barras, nació como un avatar lo más sencillo posible para representar al arquetipo de asesino a sueldo infalible, implacable e inhumano.
Esa carcasa aprovechan el director Aleksander Bach y el actor Rupert Friend, encargado de reemplazar a Timothy Olyphant como el icónico Agente 47, para comenzar su película como una vuelta de tuerca de la anterior haciendo que el protagonista titular juegue el rol de villano invencible; a fin de cuentas, ese es el estatus que sus habilidades asesinas deberían conferirle en toda ocasión. Mientras Friend se dedica a perseguir a la dama-en-apuros-pero-heroína-latente Hannah Ware como si fuera un trasunto del T-1000 de Terminator 2, con Zachary Quinto por ahí metido, es cuando Hitman: Agente 47 ofrece sus escenas de acción más estimulantes y adrenalínicas. Sin embargo, el filme no tarda en girar las tornas y convierte a Friend realmente en el T-800 de Terminator 2 mediante una variación no muy alejada de la esquemática progresión argumental de la primera Hitman; Skip Wood firma los guiones de ambas. Como ocurría en aquella, o en las adaptaciones de otro videojuego tan famoso como Resident Evil comandadas por Paul W. S. Anderson, lo mejor de Hitman: Agente 47 es su entrega hiperbólica a la acción disparatada con más fundamento en las leyes del alucine cinético que en las de la física.
La renuncia a cualquier atisbo de realismo propicia que Bach apriete el acelerador en la composición de set pieces de acción con cero prejuicios ni mesura, logrando que realmente parezcan ambientadas en un mundo de videojuego. Tan sólo quedan deslucidas por unos efectos digitales demasiado precarios pero no del todo cartoon para resultar convincentes. Curiosamente, la presencia en los créditos de David Leitch, uno de los responsables de la magnífica John Wick (2014), garantiza la preponderancia de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo frente a la supuesta marca de la casa: los tiroteos sigilosos. Nunca lo son. Pero es precisamente gracias a esa renuncia a la adaptación fidedigna del material de base a favor de una apuesta por despendoles tales como un motor de avión como herramienta de interrogatorio que la película se acerca más a su soñada fusión estilística, la que recicla el lenguaje del actioner de videoclub mediante las formas propias de una tarde de shoot 'em up y bebidas energéticas.
A favor: Las peleas cuerpo a cuerpo.
En contra: El abuso, ridículamente excesivo, de efectos digitales para secuencias de acción desmadradas.