Orson Welles es como el héroe clásico, Ulises. Navegando por infinidad de mares en busca de su Ítaca. Su Edén. Es decir, la película perfecta. Aquella en la que, a lo largo de su metraje, represente lo que es el cine. Resumiendo, en cada uno de sus planos, toda una herencia artística.
‘Una historia inmortal’ no es la mejor película de Welles. Sin embrago, y siendo su última película, resume perfectamente en menos de una hora, algunas claves de su cine. En primer lugar, el propio personaje interpretado por Welles, sucesor de una estirpe que se remonta a sus inicios en el cine: llámese Foster Kane, Macbeth o Harry Lime. Todos estos personajes son ruines, corruptos, carentes de moralidad alguna y pese a ello o a causa de ello, poderosos.
En el caso de ‘Una historia inmortal’, Welles representa a un comerciante que corromper y comprar a la sociedad con la que cohabita (pese a vivir en dos realidades completamente antagónicas). ¿El motivo? Poder hacer realidad la “historia mitológica” que se cuentan en todas las travesías marítimas, en todos los puertos y en todos los barcos. Este personaje quiere ser una especie de demiurgo que haga cumplir aquello que parece irrealizable, que solamente reside en la memoria y en el imaginario de aquel que lo recita o escucha. Al fin y al cabo, estos personajes hacen patente aquello que Marx expresaba: quien tenga el poder material, tendrá el poder espiritual.
Esto me ha llevado a una lectura, no se hasta qué punto, puramente personal, en la que dicha actitud es la propia del cine. Es decir, ¿acaso no son las productoras las que destinan ingentes cantidades de dinero para hacer realidad una determinada historia, la cual es fruto de la imaginación en muchos casos? ¿Acaso el cine no pretende abstraer al espectador y transportarlo a mundos que en su día a día serían imposible de visitar? ¿Y, acaso no es el espectador, aunque en menor contraprestación económica, quien está dispuesto a pagar por, aproximadamente dos horas, de soledad y tranquilidad, en las que pueda vivir las experiencias de otros? Quizás todos somos algo egoístas al pretender vivir un mayor número de experiencias de las que nuestra propia vida cotidiana nos puede ofrecer. Sin embargo, eso es lícito. El ser humano, desde el inicio de su existencia a tratado de ir más allá. Hacer real y posible lo que aparentemente no lo es.
Por otro lado, técnicamente el filme está bien: Resulta muy interesante como, a mitad de la película, la iluminación y la paleta de colores cambia radicalmente. Es como si Welles, o al menos así lo he interpretado, abriese la puerta que separa lo real de lo onírico. Dicha iluminación ya no se rige en busca de mostrar una imagen real. Todo resulta ficticio. Pero no desagrada, porque uno está viendo el mito en persona. También me ha gustado la ambivalencia de la música. En determinadas escenas confiere a las escenas un aire dulce, sensual y tierno; mientras que, en otras, se transforma en una melodía abrumadora y tétrica. Y todo esto pese a que la composición musical es la misma. Por último, uno se encuentra con la puesta en escena característica de Welles. Me estoy refiriendo a esos planos picados, en mayor o menor medida, que dotan al desarrollo de la narración un plus de tensión; y a la profundidad de campo de ciertos planos, “ampliando el espacio” de la escena y permitiendo que el espectador capte un mayor número de detalles.
En resumen, ‘Una historia inmortal’ es una gran despedida por parte de Welles. Obviamente no es ‘Ciudadano Kane’ o ‘Sed de mal’. Pero es que esas dos obras son, simplemente, películas imprescindibles en la historia del cine. En cambio, ‘Una historia inmortal’ está uno o dos escalones por debajo. Sin embargo, he aquí la diferencia en relación con otros directores. En la filmografía de Welles, una “película menor” supondría una gran película en cualquiera para cualquier otro director. Llegados hasta este punto sólo hace falta hacerse una última pregunta: ¿qué hubiese sido de la filmografía de Welles si la gran mayoría de sus película son hubiesen sido mutiladas en la sala de montaje por terceros? La verdad, es que la respuesta me resulta indiferente porque uno sabe que quizás estamos ante un mito/relato irrealizable; y, sin embargo, por eso mismo, del más disfrutable. Sólo nos quedan una serie de “migas”(permítaseme este término y carente, eso sí, de tintes peyorativos). Pero para todo marinero, tras una gran travesía, esas “migas” le saben a gloria.