"El Hombre de la Máscara de Hierro" es un interesante y correcto drama pseudohistórico, dirigido por Randall Wallace y protagonizado por Leonardo DiCaprio, Gabriel Byrne, Gérard Depardieu, John Malkovich y Jeremy Irons. Reuniendo un reparto estelar, el guionista Randall Wallace (nominado al Óscar y al Globo de Oro al Mejor Guión con “Braveheart”) debutó en 1998 con este film que trata de la legendaria historia del “Hombre de la Máscara de Hierro”, un supuesto hermano gemelo del rey Luis XIV, quien habría sido encarcelado de por vida por el monarca para acabar así con sus aspiraciones al trono. Siguiendo con los principios de la leyenda, la historia está ambientada hacia 1662 y se desarrolla después del retiro de los 3 míticos mosqueteros, Aramis, Porthos y Athos, con D’Artgnan aún dirigiendo a la guardia personal del rey de Francia. Para ello, Wallace basará el contexto argumentativo e histórico a partir de la novela “El Vizconde de Bragelonne” (1847) de Alejandro Dumas, y varias teorías que se zanjan respecto a la identidad del “Hombre de la Máscara de Hierro”: un hermano legítimo o un hermanastro real, el dramaturgo Moliere, el ministro de Finanzas Fouquet o incluso el mismo D’Artagnan son candidatos, según los historiadores, a ser este misterioso prisionero, por diversas razones: por estafa, por espionaje, por fraude, por aspiración real, durante 1669-1670 en la Bastilla.
Sea como sea, el guión del film opta por una que a todas luces resulta interesante e intrigante y que tiene que ver con la consanguiniedad del desconocido con la familia y la guardia real. Ahora bien, en este intento, hay que decirlo, Wallace se le pasa un tanto la mano al retratar a un rey que con toda seguridad fue petulante y cruel, en contraste con una improbable némesis, su hermano gemelo, totalmente ingenuo y bondadoso a pesar del cruel castigo que le ha tocado sufrir por varios años. En sí, lo que se advierte es un tratamiento demasiado tendencioso hacia la figura negativa del rey de Francia, con ese contraste tan exagerado en aras de hacer que el espectador rechace al villano desde el principio y acoja a la víctima. Por otra parte, cuesta imaginar que Francia vea en un aspirante a rey, que no mataría ni una mosca una opción de gobernanza, cuando sabemos que la historia de la monarquía europea está llena de monarcas crueles, despiadados, indiferentes y hasta ineptos como gobernantes. Claramente, son muy pocos los ejemplos de existencia de reyes bondadosos a lo largo de la historia, y los que lograron alzarse en el trono duraron muy poco en el gobierno y con vida, claro. De cualquier forma, la intención de que el espectador tome partido por el desvalido, lleva al guionista y director a aferrarse a esta propuesta de forma un tanto exagerada. Más aún, proponer al líder mosquetero como padre del rey de Francia y su hermano cautivo suena descabellado y de hecho lo es, por lo que el guión es absolutamente idealista, aparte de fantasioso.
Lo que no tiene nada de fantasioso es el escandaloso hedonismo con que los monarcas europeos vivían, ajenos, probablemente conscientes, de la miseria de sus pueblos, donde el hambre, la peste y la injusticia social surgen como invitados perpetuos de la convivencia entre los hombres de ese tiempo, y no lejos de la actualidad. La cinta, en ese sentido, no pierde oportunidad para graficar ese contraste de lo que pasaba en Versalles como lo que pasaba en las fétidas calles de París, o el horror de la guerra, con el caprichoso Luis XIV enviando a la muerte a cientos de hombres como deporte. El filme cuenta con una exquisita fotografía y unas locaciones desbordantes como los magníficos y reales castillos franceses de Fontainebleu, Vaux-Le Vicomte y Manoir du Logis, donde la belleza arquitectónica de los edificios y la belleza natural de sus entornos congenian como escenarios perfectos para el amor, la intriga y la lucha por el orden y el poder. La música es dramática y emotiva, dependiendo de la escena, como en la que Phillippe se resigna a continuar su vida en prisión, los momentos de guerra en las que Raoul va a morir literalmente a la guerra por orden del rey, o la emotiva escena final en la que los 3 mosqueteros cargan en defensa de su verdadero rey, Phillippe, desafiando las balas y espadas de la guardia real por orden de Luis. Momentos musicales que reflejan diversos estados de ánimo: soledad, risa, temor y coraje.
Las actuaciones son impecables, el director se dio el lujo de armar un elenco estelar, como ya dije, comenzando con los experimentados Gabriel Byrne que personificó al fiel, silencioso y taciturno D’Artagnan. Jeremy Irons como el religioso y crítico Aramis, principal opositor de los 3 mosqueteros al tirano Luis XIV. John Malkovich encarnó al sensato y dolido Athos, cuyo hijo Raoul es enviado a la muerte deliberadamente por el rey. Y Gérard Depardieu en un papel hecho a su medida, como el glotón y mujeriego Porthos. Juntos los 4, son lo mejor del film, congeniando como mosqueteros y sirviendo de base sólida en cuanto a interpretación para un Leonardo Di Caprio que cumple, sin deslumbrar, aunque se le reconoce haber hecho un doble papel correctamente, como Luis y Phillippe. En el reparto femenino, bien vale citar a Anne Parillaud que encarna correctamente a la Reina Madre Anne y Judith Godreche como Christine.
En definitiva, una película interesante y disfrutable, con muchas licencias históricas, buen ritmo, aunque cae mucho en ese afán de separar claramente los bandos y los colores, buenos y malos. Aún así, con sus puntos positivos y negativos, ofrece un entretenimiento adecuado. Nostálgica y maravillosa banda sonora que describe perfectamente una Francia en decadencia, y con ella la de sus más reconocidos defensores. Con un desarrollo entretenido, aventurero y heroico, envuelto en un ambiente entristecido y alejado de la euforia de los mosqueteros de antaño. Un gran y atractivo reparto del que se aprovecha su director, para exprimir al máximo su presencia y carisma.