La estupidez era esto
por Suso AiraHace como un mes que la mayoría de la crítica se ensañaba con Patrice Leconte a tenor de su apañada traslación cinematográfica de una pieza teatral de boulevard como era No molestar. Varapalos, collejas y mucha subordinada para decirnos que, vaya lástima tú, Leconte, el Leconte que a ellos les gustaba (el de arte y ensayo, el de festivales, el del drama melancólico) ya no estaba entre nosotros, traspasado en beneficio de un sosias de, no sé, Gérard Oury o Edouard Molinaro, ya saben ustedes, esas bestias negras de los críticos cahieristas (o lo que es peor: con ínfulas de cahieristas), esos artesanos al servicio de la comedia popular (francesa).
El desconocimiento supino de esos críticos (no todos, pero casi) olvidaba que Patrice Leconte se curtió y se ganó un nombre precisamente en ese género tan amado por el público y tan denostado por los plumillas. Incluso ignoraron que, ya en su etapa seria, Leconte volvió a su saga cómica de Les bronzés para cerrarla con mucha mala leche y muchos capones a esos periodistas cinematográficos estirados y avinagrados. Les Inconnus, grupo humorístico francés, no han salido de ese gueto de la risa, la parodia y el gag, siendo una suerte de Martes y 13 con apetitosas fugas hacia eso tan gastado hoy en día del post humor (o sea: poner cara de alelado ante todo, preferiblemente ante un gag que se deja alargar en el tiempo hasta que trasciende el mero chiste). Saltaron al cine hace mucho tiempo, y su obra carismática fue Tres hermanos muy primos (el tipo que titula así en España se merece un Goya de Honor). Todo un éxito al norte de los Pirineos, la película pasó sin pena ni gloria por nuestras carteleras, y pasó con insultos y desprecios (excepto una crítica creo que en la revista Fotogramas, pero igual me falla la memoria) por las crónicas mensuales y semanales de los medios españoles.
Casi 18 años después, Les Inconnus recuperan a ese trío de descerebrados que sólo saben expresarse entre lo escatológico, la estupidez entendida como una de las bellas artes y la síntesis del espíritu Louis de Funès en una secuela tardía, crepuscular pero altamente combativa. Su mensaje parece decir que sí, que la sociedad gala, que el mundo ha cambiado después de tantos años, que el cine ya no es el mismo, ni el gusto del público… pero a ellos les da igual: así son y así seguirán siendo... de idiotas, por supuesto. En un ejercicio de guerrilla y resistencia (memorables las cornadas al hipsterismo y la modernidad), Tres hermanos y una herencia emparenta con el testamento Leconte sobre el humor francés de los años 70 en Les bronzés 3, en una reivindicable (y también irregular) elegía a la memez más absoluta, consciente de que a sus únicos posibles herederos ni se les conoce ni se les espera.
A favor: su defensa a ultranza del humor más absurdo.
En contra: ese absurdo no es intelectual, es simple cretinez.