Poco juguete para tantas articulaciones
por Daniel de PartearroyoCon 'G.I. Joe' (2009), Stephen Sommers convirtió lo que podría haber sido una cargante película basada en las figuras militares de Hasbro en una frenética secuencia de acción continua que, durante sus 2 horas de duración, no paraba de inventar escaramuzas desorbitadas, persecuciones aparatosas y enfrentamientos cuerpo a cuerpo donde la personalidad o psicología de los personajes eran lo de menos (al fin y al cabo, ¡estaban basados en muñecos!). Pese a su desenfadada apuesta por la diversión pura y dura, el film sólo salvó los muebles de la taquilla con el aporte del mercado internacional (en parte gracias al fanatismo asiático por la estrella surcoreana Lee Byung-hun, que interpreta al ninja Storm Shadow), por lo que la secuela que ahora se estrena es más un plato cocinado en el laboratorio de la producción (y retrasado durante casi un año para realizar una conversión a 3D) que una continuación por medios naturales.
De hecho, lo más problemático de un blockbuster de intenciones tan transparentes como 'G.I. Joe: La venganza' es la ambigua relación que mantiene con su predecesora. El guión de Rhett Reese y Paul Wernick (responsables del libreto de 'Bienvenidos a Zombieland') retoma la acción a partir del cliffhanger presidencial de 'G.I. Joe', pero se ve obligado a prescindir de casi todos los Joe anteriores que no repiten, quedándose sólo con Channing Tatum y la nómina de villanos al servicio de Cobra (cuyo comandante ya no es Joseph Gordon-Levitt y, pese a la solución facial de la máscara, no se deja ver mucho). De ahí la incorporación de Dwayne Johnson como nuevo héroe, tan eficiente y marmóreo como siempre en su cometido, pero poco acompañado por el resto de su equipo; incluido el esperado Bruce Willis, cuyo papel casi no sabe a nada. Y es que la principal pega del trabajo de Jon M. Chu en la dirección es no lograr dar cohesión de conjunto al trío de líneas narrativas paralelas que suele manejar, quedando la impresión de que los personajes tampoco es que tengan mucho interés en hablar entre sí. En los momentos en que consigue ponerlos en relación como equipo, funcionales como piezas de un puzzle en vez de atropellados confesores de pasados problemáticos por turnos, la película recupera su cinemática razón de ser.
El rocambolesco plan de Cobra para poner a todas las naciones con fuerza nuclear bajo su poder tiene un gusto inocentón e infantil que se llega a echar en falta durante el resto del metraje, por mucho que la violencia 100% limpia de sangre y rabia, las escenas de destrucción inofensiva o el escote non plus ultra de Adrianne Palicki recalquen el target familiar al que se dirige 'G.I. Joe: La venganza' con sumisión. Menos mal que Jonathan Pryce se encarga inesperadamente de salvar la función con desenfado y mucha sorna como un Presidente de EE UU que sí sabe disfrutar del cargo. Un par de secuencias de acción bien ensambladas, como son el rescate de una cárcel subterránea de Alemania (custodiada por Walton Goggins, afortunada aparición) y la pelea ninja vertical en el Himalaya, no dejarán ninguna marca en la estruendosa y regurgitante Historia del blockbuster moderno, pero sí son un clavo ardiendo al que aferrarse a la hora de pedir espectáculo visual sin preguntas ni remordimientos.
A favor: Dwayne Johnson y Bruce Willis chocan sus calvas con carisma y Jonathan Pryce se lo pasa bomba con las ídem.
En contra: La secuela se deja por el camino la diversión non-stop de la primera parte.