Jordan Vogt-Roberts y Kong Son Reyes, Dejan En Vergüenza A Los Sumos Blockbousters Estivales
Y el Universo Cinemático abanderado por Godzilla, King Kong y otros monstruos legendarios ha sido inaugurado, ¡Y de qué manera, Padre Celestial!
El titanico antropoide hizo historia trepando el Empire State Building de mano de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack en 1933-periodo en que la Gran Depresión, Adolf Hittler y el Partido Nazi estofaban sus ominosos horrores-y retornó en un par de coyunturas más para robarse el show: la primera en 1976, dirigida por John Guillermin; y la segunda, aproximadamente hace diecisiete años, a través de Peter Jackson, realizador que se las apaño para traer de vuelta (en parte) la dignidad del mastodóntico mamífero por medio de semejante superproducción, la cual regresaba a sus raíces y retomaba, gracias a Naomi Watts, la reinvención de la obra fundamental de Disney “Beauty and The Beast”, interpretada como “Beauty and The Monster”. Este año, el monstruo más aclamado del cine (el cual comparte gloria con Godzilla) vuelve con el auxilio financiero de Warner Bros. y Legendary, en una historia que no debe ser sopesada como reboot, remake o secuela, todo lo contrario, ronda por los terrenos de precuela en base al filme de 2005, debido a que se sitúa en la década de los 70, con la guerra de Vietnam como telón de fondo, y la isla calavera como único marco para desenrollar la sensacional acción, sin menester alguno de reinterpretar por enésima vez el melodrama protagonizado, en ese entonces, por Fay Wray; vertiente que es sustituida de lleno por la violenta silueta de un animal embebido por un anaranjado atardecer. El entretenimiento tangible y la predilección del ser humano en creer que cual vaga naturaleza le pertenece se funde en los placeres de una voraz pugna, la de hombre vs naturaleza.
Con toda seguridad, King Kong es la legitima estrella, sin embargo, debido a la atmosfera en que se emplaza el relato, este tendrá que compartir protagonismo con terroríficos seres vivientes visualmente portentosos, que parecen extraídos de las páginas de “The Lost World” de Arthur Conan Doyle: pterodáctilos modernizados, ingentes teutidos, arácnidos airados o bipidos reptiles de desproporcionada medida atavían el majestuoso y venerable panorama natural (Vietnam y Hawaii) y desfilaran por la pantalla en simultaneo, deparando una nervuda lid, coprotagonizada por Kong y los incautos personajes humanos. Estos vendrán en forma de exploradores, una expedición promovida por Randa (John Goodman), un insaciable investigador que anhela convalidar su teoría sobre criaturas mitológicas. Un guía (Tom Hiddleston), una fotógrafa periodista (Brie Larson) y un pelotón de ex-combatientes de Vietnam, capitaneado por el cáustico teniente coronel Packard (Samuel L. Jackson), se verán obligados a iniciar una campal lucha por sobrevivir, otra guerra bélica como la de Vietnam, solo que esta vez el contrincante no es alguien de su especie.
Tremenda proeza la que Warner ha forjado para todos los fans del kaiju-eiga y la masa global. “Skull Island” es la sublevación sin reservas al cine clase B, el cual, aquí, posee un estuche de cine clase A. GRANDILOCUENTE, este es el concepto exacto para definir este largometraje de ficción, aventuras y más que nada acción; cada uno de sus parámetros técnicos son incalificables, precisos para aquel tenaz espectador que se deleite con un irresistible confite, el cual contiene bajas porciones calóricas en su guion, desproporcionalidad sustituida por la cantidad de glucosa estética que muchos otros productos pre-veraniegos tan solo sueñan. Es una fruición y un eminente avance para el CGI empleado en filmes como estos; presenciar tensión, diversión, adrenalina, consternación, sangre, paraísos, estremecimiento en vivo y conflagraciones cuerpo a cuerpo por medio de tal recurso tecnológico, dejará a el espectador al ralentí, en donde las dos horas de duración transcurrirán a la velocidad de la luz debido a que nos la pasamos, textualmente, venerando la excelsa fotografía de Larry Fong, la recopilación de hits de antaño por parte de Henry Jackman, el formidable trabajo de producción de Stefan Dechant y la laboriosa actividad en la sala de edición coordenada por Richard Pearson; elementos técnicos que por obligación deben ser exaltados en algún célebre certamen, es necesario.
El filme opera con un equilibrio narrativo de lo más peculiar, que en esencia, es su punto tanto fuerte como flaco. Desde apreciables cortesías a el clásico de Francis Ford Coppola (“Apocalypse Now”) hasta remembranzas con el molde ideado para Tom Hiddleston con “Raiders of the Lost Ark” dirigida por Steven Spielberg. Las interpretaciones, por parte, están bien ejecutadas, empero, las privaciones del argumento son las mayores trabas que los actores y la historia misma deben afrontar. No esperen ontológicos diálogos ni flamantes vueltas de tuerca en los variados arcos narrativos y sub-tramas pobremente escudriñadas, mentalícese en gozar con las sensacionales escenas continuas; cualquier contrariedad de guion es vana en el instante en que una bestia advierte su arribo. Es un antológico compendio de personajes, deplorablemente, de toda la gama étnica presente, no más que dos son salvables: el irónico y dictatorial Samuel L. Jackson, dentro de un rol de teniente que defiende a capa y espada la ideología: “el hombre es rey” y la contraparte cómica John C. Reilly, quien tendrá unas pocas líneas funcionales. A pesar de que las deficientes motivaciones en su desarrollo son inequívocas, se alcanzan a asomar una crítica en defensa de la naturaleza y los animales y una subliminal revolución anti-bélica, empero, estas son solo introspectivamente observables.
Jordan Vogt-Roberts ha manufacturado con su segundo trabajo, un collage de lujosas y pomposas secuencias de acción y aventuras que te vincularan con el monstruo mamífero en el primer instante, a causa de sus rara avis labores técnicas. Esta vez, el realizador sí se ha labrado camino con este mega-proyecto y se le debe mantener vigilado de cerca ya que su guisa de dirección coincide con las predilecciones de la audiencia e inter nos, con grandes fragmentos de mi estilo direccional idealizado. Con el absorbente y demencial prólogo, la cinta da señales de lo que estamos a punto de presenciar, un mosaico de cuadros perfectos guiados por un timing feroz, que se deteriora por el exiguo desarrollo que albergan las tramas de sus personajes. Si “Skull Island” es el filme preliminar que abre el tercer multi-universo de Warner Bros., no quiero ni esbozar como serán la secuela de Godzilla (“King of Monters”) o el macro-evento entre King Kong y Godzilla, homología al “Civil War” de Marvel. La cinta es directamente proporcional a las impresiones visuales y estéticas, sin embargo, manifiesta contrariedad con respecto a las barreras en el guion. Entrenamiento de alto octanaje, en donde los monstruos son reyes y los humanos son inocuas presas.