Al centrarse en los personajes de los niños, Romain Goupil completamente pasa totalmente por alto el tema político y su película cae en el ámbito del romance preadolescente. La puesta en cuestión brilla por su ausencia y el conjunto es demasiado complejo como para evitar el maniqueísmo. Tratar un tema así necesita de una credibilidad absoluta, porque el propósito es resultar convincente, cosa que no ocurre en este caso.