“Far from the shallow,” Gaga, Cooper y Libatique dan las notas perfectas en este electrizante, descarnado y realista viaje a las estrellas.
Orson Welles, sin menester alguno de presentación, dirige la épica dramática cumbre en la historia del cine, “Citizen Kane.” Alex Garland, novelista y guionista de”28 Days Later,” dirige uno de los más soberbios thrillers psicológicos de ciencia ficción del nuevo siglo, “Ex Machina.” Kevin Costner, el icónico actor de “The Untouchables,” dirige el western épico de 1990 “Dances with Wolves.” Charlie Kaufman, escritor de “Being John Malkovich,” dirige una de las más delirantes joyas postmodernas, “Synecdoche, New York. “Más recientemente, disruptivos como Christopher Nolan, Greta Gerwig, Jordan Peele, Paul Dano, Dan Trachtenberg, Chad Stahelski, Bo Burnham, Robert Eggers o Ari Aster paralizan el mundo audiovisual estrenando “Following,” “Lady Bird,” “Get Out,” “Wildlife,” “10 Cloverfield Lane,“ “John Wick,” "Eighth Grade," “The VVitch: A New-England Folktale” y “Hereditary,” respectivamente.
Ahora bien, ¿qué tienen en común estos nombres y largometrajes? Así de sencillo: son algunos de los debuts más icónicos, reveladores y originales de guionistas, directores de cortometrajes, dobles de acción, actores, productores y autores ajenos, en un primer momento de sus carreras profesionales, a la dirección cinematográfica. La lista se engrosa exponencialmente con incursiones audiovisuales únicas y no tan únicas tanto en el cine como la televisión.
Bradley Cooper, oriundo de Philadelphia, era hace unos meses popularmente— y trágicamente —conocido como Phil de la trilogía “The Hangover,” por prestar su voz en “Guardians of the Galaxy” y, a modo de guiño, en la excelente “10 Cloverfield Lane;” asimismo, ha sido nominado hasta en tres ocasiones por la Academia gracias a sus méritos como interprete en “American Sniper,” “American Hustle” y “Silver Linings Playbook.” Hoy, luego de una dilatada odisea, se estrena como director, guionista y cantante al tiempo que produce y protagoniza un debut monumental, específicamente, la cuarta iteración del filme romántico de 1937 con Janet Gaynor y Fredric March como estrellas principales.
Apelando a la honestidad, es mi deber reconocer no tener conocimiento sobre las anteriores tres adaptaciones más allá de lo que yace en los diferentes artículos, entrevistas y criticas profesionales que he tenido el placer de leer. También es mi deber reconocer que, debido a la naturaleza de esta nueva entrega, no es una renovación que encuentre en la originalidad su mayor asidero; el “A Star Is Born” de Cooper no conquista por su cruda innovación, sino por las idoneidad de las actualizaciones que la hacen destellar en sus propósitos con una fuerza nunca antes vista en la línea de remakes.
Will Fetters, Eric Roth y Cooper, siempre apoyados en el germen narrativo de William A. Wellman y Robert Carson, han modernizado el material con tanto compromiso y pasión que no solo es el más excelso romance trágico producido por un gran estudio desde “La La Land” o el más poderoso largometraje sobre música desde “Whisplash,” ambos dirigidos por Damien Chazelle, sino es una de las inspecciones más serias, honestas y convincentes sobre la adicción, el vicio, la aspiración, la fama, la industria del entretenimiento y el sacrifico dentro del cine Hollywoodense. El guion pone sobre la mesa sus propios parangones con respeto, rejuvenece algunos otros, los direcciona adrede buscando construir un melodrama de tono punzante y ritmo apabullante, con claroscuros que complejizan un drama tan doloroso como inspirador; un ensoñador pero ácidamente realista fotograma de los sueños, en donde mientras una estrella nace, otra se extingue.
De igual modo, los personajes reciben ligeras actualizaciones y/o refinamientos no solo más fidedignos a la escena del entretenimiento actual, sino al ser humano de hoy. Jackson Maine, inspirado en el músico, multi-instrumentalista y compositor americano Eddie Vedder, es un astro ampliamente conocido por su talento musical, su sosegado actuar frente al público y su revoltosa vida privada. Dipsómano, desolado e infeliz—a menos de que tuviera una guitarra en la mano, —Jackson empieza a comprender el sentido de los sueños cuando encuentra a otra persona para hacerlos realidad; una salida que cambia mundos, más no destinos. Pese a que su controversial decisión final está abierta a debate, los escritores son respetuosos con el desenlace original, tomándose por el camino ciertas licencias adecuadas y enriquecedoras que trazan un diseño más integral para un hombre que siente que ya ha tocado su más hermosa canción.
Ally, la gran estrella de este show, se presenta como una cantante y compositora desesperanzada por los “estándares” que trabaja en restaurantes malolientes de día para, una noche a la semana, refugiarse en el calor de un pequeño escenario en un bar drag. “La Vie En Rose” de Édith Piaf es el medio a través del cual libera su descomunal rango vocal y ensueña una vida idealizada en donde triunfar es algo seguro. En el tiempo y lugar perfectos, encuentra a su genio de tres deseos: consecución, amor, aprendizaje. Meteóricamente, Ally se convierte en lo que siempre deseó, logra estar donde siempre soñó, logra estar con quien nunca pensó; su vida en rosa hasta que la industria toca a su puerta. Es aquí en donde el filme lanza sus más severas denuncias sobre el producto en el que se puede convertir a un artista, la manipulación y la creación de una “idílica” persona pública que se distancia drásticamente de la realidad; ciertamente es una fábrica, pero no una de sueños. En el ámbito de escritura, a diferencia de Jackson, Ally es forzada a tomar las riendas de su evolución, presentando un avance dramático claro que evoca innegablemente al mágico e hiriente final entre Mia y Sebastian en “La La Land.”
Stefani Germanotta—evaporando sin complicación “Machete Kills” —hace su debut en la pantalla grande como la estrella que siempre ha sido. Después de participar mínimamente bajo su nombre artístico en un par de pequeños proyectos y ponerse a la orden de Ryan Murphy en la quinta y sexta temporada de la antología de FX Networks (“Hotel” y “Roanoke”), Lady Gaga se lanza al vacío con un papel que, inequívocamente ligado a su vida personal y profesional, le brinda la oportunidad de cumplir, a lo grande, un sueño más. La cantante está electrizante en las presentaciones musicales, contenida e insegura al inicio, feroz e incalificable al final. Hay un momento de particular e inmensurable poder en la transición del primer al segundo acto: Gaga sacando a relucir su experimentado nivel vocal en el punto álgido de “Shallow;” es indescriptible la sensación que inunda mi cuerpo cada vez que recuerdo el mágico momento, una explosión de ira y temor que, incluso con su igualmente arrollador uso en el único avance publicitario, habla volúmenes de lo que el personaje y la actriz sienten. Sería ridículo entrar a evaluar su fenomenal alcance como cantante cosechando un legado generacional y revolucionario; dicho esto, resulta mayormente sorprendente que Gaga brille mucho más en las escenas más personales, visiblemente enraizadas a su alma, explorando su yo interno, analizando sus temores y alejándose millas de la excéntrica personalidad de hace unos años. Sus rangos dramáticos son tan sinceros como invaluables, sensibles y profundamente realistas, limpios en ejecución; una actuación digna de elogios que silencia a muchos, una actuación que se confunden con la vida misma, una representación de su grande y doloroso sueño.
Con Jackson Maine, Cooper concibe el segundo mejor papel de su carrera. El cuatro veces nominado al Oscar dota de profundidad dramática difusa y caracterización relacionable a un personaje que en manos equivocadas hubiera sido el acostumbrado arquetipo. El ahora director también sorprende a todos sacando adelante las escenas de canto con una voz country/rocanrolera pesada y creíble que nunca se apena frente a la de Gaga. Asimismo, no cabe duda de que puede levantar los momentos más difíciles de su personaje abatido por el exceso y la fama con naturalidad, con una entrega tan personal que seguramente le otorgue reconocimientos en las categorías de actuación y dirección en las próximas entregas de premios.
Sam Elliott, el cowboy favorito de América, también ejecuta una de los papeles secundarios cumbres del 2018. Bobby, hermano mayor y manager de Maine, quiebra su vida en dos y ese proceso, estelarizado por un Elliott terrorífico, es una delicia completa potenciada por sobresaltos emocionales, miradas y líneas simples y aun significativas. Considerando las opciones, el actor, con un tiempo record en pantalla, tiene a su favor un par de nominaciones, todo, por su descomunal fuerza interpretativa puesta en manifiesto, claro, en la famosísima “escena del auto.”
En filmes de esta escala, su participación es injustificadamente inusual, por tal motivo, es un paso hacia adelante el envolvimiento de drag queens como interpretes (Willam Belli o Shangela Laquifa); personajes LGBTIQ que aunque no lideran gran parte de la historia son una adición importante e interesante en un filme que intenta desatarse de las tradicionales directrices. Crédito para Anthony Ramos, oriundo de Brooklyn, quien interpreta a Ramón, el fiel compañero de Ally que se luce en el primer acto.
Asentada en un supuesto actual mundo del entretenimiento, los cameos de Halsey o Alec Baldwin son garantías de veracidad para el remake, adornos que le permite a la audiencia relacionarse mucho más rápido con la atmósfera de la historia.
En un largometraje atiborrado de elogios y galardones, Matthew Libatique es quien debe llevarse gran parte de estos. De L.A. a California, Libatique encapsula una vibra de melancolía y naturalidad mediante atardeceres rosados, la ilusión de luz natural baña a los cuadros de un espíritu ensoñador y a la atmosfera de una aniquilante tranquilidad y fluidez. La mano derecha de Darren Aronofsky converge iluminación, angulación y enfoque con un entendimiento glorioso, las escenas de conciertos grabados en los festivales Coachella y Glastonbury e incluso el set de Saturday Night Live son plenamente orgánicas en parte por la honestidad del trabajo de cámara, ensimismándose en los actores e impregnando intimidad y privación dentro la relación de Jackson y Ally.
Por encima del romance y el drama, “A Star Is Born” no es un musical, es un filme sobre música, por ende, dicho aspecto corresponde y empuja la trama. El soundtrack no posee la misma memorabilidad de “La La Land” o composiciones icónicas e inmarchitables, aun así, Lady Gaga y Bradley Cooper tienen seguramente ya el premio a Mejor Canción Original a su crédito gracias a “Shallow,” un fenómeno en ventas, una composición robustecida por la importancia y corazón en la interpretación con las voces del par de protagonistas. “A Star Is Born” ha gozado de una rica aceptación global por tracks como “Always Remember Us This Way,” “Always Remember Us This Way” y “Look What I Found.”
“A Star Is Born” de Bradley Cooper va más allá de una pieza dramática de perdida y felicidad, fama y fracaso, odio y amor, aceptación y egoísmo; un fábula de creaturas artísticas diseñadas en estudios de grabación dirigida precisa y exquisitamente por Cooper y estilizada con realismo mediante la mirada de Libatique, es una meditación sobre la vida artística de Gaga, quien entrega una de las actuaciones del año, sacude al mundo de la música y el cine al mismo compás y deja al espectador con una sensación agridulce, reflejando la verdadera naturaleza de soñar.
El “A Star Is Born” de esta generación es una descomposición sin igual de los tóxicos excesos provenientes del éxito, es una reflexión humana sobre la supuesta “perfección” del artista, es una realista y cruda denuncia a la industria de la música y el entretenimiento, es una carta de amor al amor mismo, es una representación pesimista y bella de la poca compatibilidad entre sueños y relaciones, es un teatral melodrama y, al mismo tiempo, una plataforma de magnificencia espiritual y profundidad emocional sobre la consecución de los sueños, aquellos que apenas nacen, otros que ya perecen.