"Soy Diana de Themyscira, Hija de Hippolyta y en el nombre de todo lo que es bueno, tu ira sobre este mundo... termina"
En tiempos de cólera como estos, debemos agradecer encarecidamente a el psicólogo William Moulton Marston por haber concebido a la primera superheroina de comics de la historia, la cual, luego de setenta y seis años de ires y venires, ha conseguido proclamar su historia e ideología a miles de oídos, mentes y corazones sedientos de paz, amor y justicia.
Lynda Carter consiguió no solamente la etiqueta de sex symbol en la década de los setenta a costa de su valerosa interpretación a lo largo de tres temporadas en la serie televisiva de DC Comics, también obtuvo el orgullo de encarnar por primera vez a una mujer fuerte, inteligente, carismática e integral tanto en la pantalla chica, como en el universo de superhéroes y en esa misógina sociedad de la que aún no nos hemos librado. Sin embargo, como todo en esta vida terrenal, la exuberante actriz tuvo que dejar atrás su época de vencedora, dejando como recuerdo un legado intachable, la nostalgia inherente que se desprende de este y siete décadas de viñetas que hicieron las delicias de los amantes de los comics de antaño. Empero, el fenómeno social, político y cultural amenaza con volver a salir gracias a el triunfo de una producción bélica/cómica/superheroica/dramática/romántica —y ante todas estas banales clasificaciones —inspiracional y trascendente que ha concebido la directora Patty Jenkyns junto a la nueva y exacta Wonder Woman, Gal Gadot, claro está, con la amplia ayuda de un campo unisex cinematográfico, capitaneado económicamente, como no, por el monstruo norteamericano de Warner Bros.
Como regla general, cada cinta estrenada debe seguir, cuando menos, un hilo argumental especifico en conexión al universo que la compañía desea edificar, tal como su contraparte Marvel Studios, debido a lo cual, los eventos se emplazan justo después de lo presenciado en “Batman V Superman”, con una curtida y sensata Diana Prince recibiendo un paquete, el cual motiva la correspondiente presentación de sus orígenes, usando como vehículo narrativo una deslucida fotografía tomada en sus primeras vacaciones al áspero, feroz y paradójicamente inhumano mundo real: La Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el filme se desliza muchísimo más atrás, puntualmente a Themyscira, tierra de origen de Diana y paradisiaco reino griego en donde residen las más poderosas, capaces y completas féminas, puestas por obra y gracia de Zeus a fin de inspirar paz y unión en un mundo domeñado por la brutalidad de Ares, principal rival tanto del padre de los dioses como de las guerreras amazonas, una tribu liderada por la protectora reina Hipólita y su hermana, la General Antiope. El escollo que, tarde o temprano, debían enfrentar las amazonas vendrá detrás del Mayor Steve Trevor, piloto y espía del ejército de los Estados Unidos, quien accidentalmente cae en el océano de la isla con un fardo de horridas realidades bajo el brazo, obligando el vaticinado despertar de Wonder Woman.
No fue por carencia de intención- Supergirl (Jeannot Szwarc, 1984), Catwoman (Pitof, 2004) o Elektra (Rob Bowman, 2005) sirven como ejemplo-, tampoco por escasez de material de apoyo o ejecución, fue por carestía de profesionalidad que el mundo de las superheroinas no había tenido el respaldo que los héroes masculinos poseen en la actualidad. Empero, el dúo de macro-estudios norteamericanos —tan semejantes pero tan disimilares— han tomado cartas en el asunto, bien sea por el inmarcesible deseo de los fanáticos o por el auge alrededor de la abolición absoluta de la misoginia en los diferentes campos humanos. Warner Brothers Pictues fue quien tomó la iniciativa ya hace varios años, sirviéndose de Zack Snyder como director de casting para finalmente seleccionar a Gal Gadot, la mujer maravilla de cabo a rabo gracias a sus castos dotes interpretativos y su dominante fuerza emocional en cuanto aparece en pantalla. Mientras la compañía se recuperaba del colosal traspié que significó la etapa inaugural de su universo cinematográfico—incitado por la cuasi magna trilogía de Christopher Nolan—a manos de la grandilocuentemente incorrecta “Man of Steel” (2013), una vilipendiada y embrollada “BvS” (2016) y la sobresaturada y descafeinada “Suicide Squad” (2016); los altos mandos deliberaban cual sería el rumbo que debería tomar el ex megaproyecto, puesto que aunque todas las anteriores tuvieron una recepción en taquilla envidiable, no convencieron absolutamente a nadie dentro del circulo de críticos. Pues entonces, el siguiente paso cayó en manos de Jenkins, directora cuya experiencia se basaba estrictamente a la pantalla chica y a su prestigiosa opera prima: “Monster”, que le valió un Premio de la Academia a Charlize Theron. Las ambiciones de la realizadora y el grupo de escritores por traer de vuelta a WW eran tan ardientes, fascinantes e imperantes que la compañía dio el voto de confianza para que una una princesa amazona con un toque mucho más marvelita fuera quien levantara, de una vez por todas, esa vil sombra que sobrevolaba los productos de DC. Y lo logró, con holgura.
Con un presupuesto menor, parangonado con el de otras producciones (DC tomando mesura), esta historia de orígenes comunica un mensaje antiguerra de hermandad e ingenuidad por medio de los distintos vértices que toca la historia, desde su formación como guerrera hasta el encaramiento frígido y caustico con la tierra de los hombres. Lo que diferencia a “Wonder Woman”, en cuanto al apartado narrativo se refiere, frente a otras cintas no es enfáticamente originalidad, dado que no presenta características explícitamente innovadoras en el género bebiendo de “Superman” (Richard Donner, 1978) en la forma de introducir sus orígenes, de “Captain America: The First Avenger” (Joe Johnston, 2011) en el periodo de desarrollo y hasta de “Thor”( Kenneth Branagh, 2011) en la técnica humorística “fish out of the wáter”, además de caer en inconvenientes habituales como el innecesario interés amoroso, la ausencia del peso antagónico o el conglomerado enfrentamiento final; lo que la hace distinta y especial es la manera en como narra la historia, el timing nunca se debilita y se administra, por su directora, entre escenas dramáticas, cómicas y de acción con altas cotas de tino, consiguiendo, además de un viaje activo por la audiencia, la fluida recepción de un mensaje animado por la inspiración y el amor.
Cuestionables fueron tanto las decisiones del señor Snyder como las del equipo de casting a medida que se iban anunciando los actores y sus roles, sin embargo, los interpretes tamizados no pudieron ser mejores. Dejando a un lado los interminables halagos para Gadot, la interpretación de Chris Pine es simplemente encantadora, su química con la protagonista es poderosa, queda patente, en cual mínimo cuadro, que los actores poseen una chispa fascinante, un motor fundamental para el éxito de la película. Robin Wright y su grupo de Amazonas nos dejan ávidos por más luego de sus secuencias de lucha de ensueño. En cuanto a los actores del área londinense, Elena Anaya, Danny Huston y Lucy Davis, solo por citar a unos pocos, efectúan personajes con plena naturalidad y fuerza, capacitando una marcha constante para el relato.
No hay que echar en saco roto una posible nominación en premios venideros, asimismo, hay que recordar que este es el origen de la justicia, ella es la justicia, así pues, solo resta esperar que el macro evento dirigido por Zack Snyder y parcialmente por Joss Whedon sea tan bueno como esta, ya que la barra ha sido colocada en punto de difícil alcance tanto para las próximas cintas de Warner Bros. como para las cintas enfocadas en heroínas.
Secuencias como la ascensión por los muros de una alta torre, la sublime lucha en las arenas de Themyscira, el combate en la villa contra los oficiales alemanes o contra el mismísimo Zeus o su ya clásica escena alegórica en la que surge entre balas y explosiones envalentonada por la magistral composición de Hans Zimmer; una portentosa ambientación, cinematografía y fotografía que trae a la mente el trabajo de la reciente “Fantastic Beasts”; efectos especiales de primer grado que, aunque en varias oportunidades son perceptibles y un tanto incomodos, dibujan cada una de las locaciones y luchas con una sofisticación envidiable, una historia rebosante de amor y valentía—agradeciendo un giro de tuerca fascinante—; interpretaciones de alto octanaje y una dirección que ofrece cátedra en cada cuadro, hacen de “Wonder Woman” un maravilloso y, para algunos, doloroso triunfo.