Cambiando las reglas del juego
por Alejandro G.CalvoCatorce años ha tardado la realizadora Patty Jenkins (California, 1971) en entregarnos su segundo largometraje. Algo realmente extraño -y que no habla muy bien de cómo te trata la industria cuando alguien es mujer y directora- dado que su ópera prima, Monster (2003), no sólo fue bastante bien en taquilla, sino que además acabó ganando un Oscar para Charlize Theron en la categoría de Mejor Actriz. Curioso, además, que sea ella precisamente, una directora curtida en el indie y con buen ojo para enarbolar thrillers de corte dramático -firmó alguno de los mejores episodios de The Killing (2011)-, la que se haga cargo ahora de un blockbuster sobre el que Warner/DC ha puesto muchas esperanzas a la hora de revitalizar cualitativamente su universo superheroico. Insisto en lo de cualitativo porque, pese a las críticas -en muchos caso salvajes y desmedidas- que se vertieron en las últimas Batman v Superman (2016) y Escuadrón suicida (2016), lo cierto es que ambos títulos resultaron éxitos innegables en el Box Office, tanto el estadounidense como el mundial. Siempre es difícil, tanto en los títulos de DC como en los de Marvel, saber el alcance -léase: poder- que tiene el realizador frente a la descomunal maquinaria de las majors, donde prevalece más el sello del correspondiente universo cinemático que el del autor en sí -notorias son las quejas, por ejemplo, de Joss Whedon tras el estreno de Vengadores: La era de Ultrón (2015)-, así que uno nunca sabe realmente a quién hacer responsable del producto final visto en pantalla. Sea como fuere, y digámoslo ya de una vez, Wonder Woman se ha visto muy beneficiada de la deriva del cine superheroico -cada vez más mimético en sus formas- y, ya sea por Jenkins o por la directriz lanzada desde los despachos de los directivos, la película posee los suficientes valores, tanto argumentales como estéticos, como para que resulte una de las más atractivas propuestas del cine de superhéroes contemporáneo.
Tanto es así que, en su primera hora y media, Wonder Woman, deja un lado la habitual parafernalia superheroica para centrarse en un doble relato de igual éxito: por un lado, el relato de aventuras en un contexto bélico -cuyo ribete sí es una impresionante secuencia de acción con la protagonistas desplegando todo su poder-; por otro lado, la historia romántica, con un buen puñado de momentos cómicos, que hace crecer a los personajes de Diana (Gal Gadot) y Steve Trevor (Chris Pine) hasta poseer una hendidura dramática perfectamente funcional. El relato pulp funciona prácticamente a la perfección, una aventura clásica con un freak bunch bastante entrañable y donde brilla con luz propia una Gal Gadot que es dueña absoluta de la narración. Normal que se la haya comparado con la más clásica de las películas de Marvel: Capitán América. El primer vengador (2011), otro relato que es puro cómic, donde pesa tanto la acción física como la presentación de personajes y la fantasía más lúdica (de hecho, sus similitudes van más allá de lo estético, puesto que incluso poseen giros dramáticos bastante simétricos). Por eso no importa tanto si Wonder Woman es la mejor película de DC desde El caballero oscuro (2008) -esa quizás sería Lego Batman: La película (2017)- y sí que es una película que posee unos valores lo suficientemente interesantes y diferenciados del resto como para que nos estampe una sonrisa en la boca en toda regla. Además, cómo mola ver a Wonder Woman/Gal Gadot en acción (ya era lo mejor de Batman v Superman), probablemente el mejor acierto de casting de todo el universo cinemático DC.
A favor: Que se parezca más a Aliados (2016) que a Escuadrón Suicida es un acierto que promete mucho sobre el futuro de la saga.
En contra: El último cuarto de película, cuando explota toda la pirotecnia derivada del enfrentamiento entre dioses cabreados, el BUM prevalece sobre la acción dramática y las imágenes, por más rimbombantes que se muestren, acaban por sobrecargar al espectador.