"Te amaré el resto de mi vida. Ámame el resto de la mía"; y amor, hay mucho amor, amor y odio repartidos por pares iguales pues, del uno al otro, hay un escaso paso y la línea que los separa se mueve constantemente, traición y justicia, mentiras e hipocresía, acusaciones falsas y una presunción de inocencia que se saltan a la torera para ser bruscamente desechada, todo ello barruntado con la coña de unos benditos cuernos que tienen el don de destapar la sinceridad malvada de los impostores disfrazados y darle la oportunidad al ángel caído, vuelto demonio, de destapar la verdad, hacer honor a la víctima e ir al paraíso celestial de su eterna compañía, en un merecido edén para almas puras de corazón noble que merecen estar, de por vida y más alla, juntas.´
Sorpresa inesperada que lleva tiempo digerir, grata e irregular, surrealista y divertida, singular y agitadora, un despropósito con sentido y coherencia que atraviesa por varias fases, a cuál más distante; de un romance inolvidable a ser acusado con el dedo, de asesino público a satanás confeso, de receptor de la verdad dañina a ejecutor de la venganza, de confuso buscador del mal a darse de narices contra el mismo, de arder en el abismo a regresar de nuevo a la tierra que le vio nacer para, por fin, terminar lo empezado, renacer con alas y ajusticiar, matar con la serpiente que todo asesino lleva dentro, odio que se come a si mismo, devora las entrañas y pudre la carne.
Dispar combinación que tiene al ex mago de la varita como indiscutible protagonista, un Daniel Radcliffe que sigue luchando -con pequeños logros seguros- por hacerse un hueco más alla de Harry Potter y, aunque siguen siendo obvias sus limitaciones interpretativas -las cuales mejora en cada trabajo-, en esta ocasión poco importan ya que, su personaje es tan suculento, estrambótico y apetecible dentro de su sabrosa extrañeza de remix que ¡muy mal debería hacerlo para fastidiarla!
Y, la verdad, ni lo estropea, ni lo dificulta ni pone trabas, conocer a este loco de amor/ido de la cabeza que no controla que le pasa en la misma es interesante, ameno y gracioso, cachondeo unido a tragedia en una sintonía que explota sus decibelios marcando el paso, de extremo a punta, y cambiando de ruta y disfraz, por momentos.
¿Quién mató a a Laura Palmer?, perdón ¡Merrin Williams! para esta juerga narrativa, pregunta obsesiva para iniciar este circo de figuras, transformadas en peones a derribar, y así poder llegar al jaque mate de un rey que, aunque se pretenda protegido y oculto, es fácil de adivinar, innecesario el numerito de confesionario incesante en que se convierte su recorrido; no obstante, no deja de ser salsa sabrosa que deleita, amarga y da carisma en su turbio caminar.
Metamorfosis entre drama, comedia, thriller y terror sin decidirse por ninguna de ellas, Alexandre Aja entrega una fábula encantada sobre el triunfo del bien sobre el mal, con carácter y personalidad -que te guste más o menos ¡ya es otra cosa!-, sesión caótica y rocambolesca, de pasatiiempo válido, con reveses y aciertos entregados al son de un ritmo acelerado, de destino conocido, pero que goza dando rodeos y coloreando dicha distracción con disparate, osadía e imaginación de una ensalada mixta acompañada de carne cruda roja, mucho tomate de condimento y ácida bebida que descoloca y arde en el estómago con resquemor y entusiasmo.
Hilarante en algunos momentos, absurda en otros, Romeo martirizado de forma incesante convertido en justiciero de la noche, el día, del cielo y el infierno, distrae de forma atípica, gusta de manera irreverente, difícil admitir que complace completamente, mentira admitir que aburre totalmente, no deja indiferente, martillea con golpes humorísticos y sádicos, melancólicos y brutales, gabinete lunático de consulta las 24 horas cuya apertura de puertas es arriesgarse a subir, a adefesia noria de payasada continua, la cual gira, y gira, y gira hasta marear, despistar y alegrar al personal.
Dulcinea ha muerto, Don Quijote debe honrarla, se enfrentará a enormes molinos de viento, horca a cambio de lanza, cuernos como motor de arranque, coche atropellado por caballo regio, sin escudero que le acompañe, sólo ante el peligro sin asistencia sanitaria y una aventura por delante, llena de tropiezos a cuál más loco de imaginación desbordante y guasa sin freno.
Atractivo escenario que igual que fascina repudia, seduce e incomoda, impresiones variopintas por doquier, excéntricas, tortuosas o descabelladas, fascinante en ocasiones/puro desmadre en otras, tantas dosis de arena como de cal para un teatro que, en el fondo, te ha entretenido y divertido, motivación dispar, por escenas y tiempos, para una media grata que se disfruta y aprecia, locura de fiesta, torpe y hábi según la alternancia de las notas, cuyo compás ni espera ni da tregua y que, en conjunto, ha valido la pena.