Reciclajes posmodernos
por Carlos LosillaEn 1965, Jacques Rivette dirigió la adaptación de una novela de Diderot que se convertiría, a su pesar, en un mito del cine moderno. Y no porque La religiosa, que tal era su título, se haya consolidado con el tiempo como una de las mejores películas de su autor en particular y de la Nouvelle Vague en general, sino más bien porque sus problemas con la censura han acabado devorando cualquier análisis serio en beneficio de innumerables consideraciones al socaire de su prohibición. Es cierto que se trata de un caso extremo en este sentido (en Francia fue estrenada en 1966 y luego retirada de cartel; en España no pudo verse hasta después de la muerte de Franco), pero también que la película planteaba cuestiones puramente cinematográficas que se han visto oscurecidas por su leyenda negra: por ejemplo, ¿cómo debe afrontarse una adaptación literaria?; y en la misma línea, ¿deben permanecer forzosamente enfrentadas las nociones de realismo y teatralidad a la hora de poner en escena un texto como este?
En su nueva versión del clásico, Guillaume Nicloux no ha querido obviar ninguno de estos problemas fundamentales. La tradición cinematográfica francesa tiene esas cosas. De repente, un cineasta no demasiado brillante se enfrenta a su herencia fílmica y sabe recrearla con elegancia y erudición. Nicloux ha declarado que no volvió a ver la película de Rivette para filmar la suya, pero da lo mismo. Lo importante es que las cuestiones formales están por encima de todo, y es el enfoque, el estilo, aquello que da sentido a la película, no el hecho de que se trate del remake de un proyecto ya de por sí “escandaloso”. Desde esta perspectiva, hay que tener en cuenta que La religiosa de Nicloux es una película que sabe lo que quiere. Otra cosa es que lo consiga, y ahí es donde hay que añadir que Nicloux es también el responsable de proyectos como El secuestro de Michel Houellebeck y Valley of Love, donde el fuego de artificio siempre consigue ganarle la batalla a la propuesta estética.
El caso de La religiosa va un poco por ahí. Para ilustrar la historia de esta monja a su pesar --forzada por sus padres y las circunstancias a entrar en un convento, condenada a un verdadero vía crucis que pasa por una madre superiora sádica y culmina en las insinuaciones homoeróticas de otra--, Nicloux recurre a un naturalismo riguroso y férreo: utilización exclusiva de la luz natural, ausencia casi total de música externa, desnudez del decorado, depuración del gesto actoral... Tampoco renuncia a una estructura de relatos enmarcados, donde un personaje lee las memorias de la monja y desencadena así una intriga superpuesta. Pero el radicalismo de sus opciones es solo aparente, pues La religiosa es un ejercicio de una posmodernidad ligera y algo vacua, no tanto una película que transmite sentimientos como un comentario sobre una cierta manera de hacer cine (francés). El respeto por la tradición se convierte así en mimetismo y el trabajo de Nicloux se revela como un experimento caligráfico agradable pero limitado, una demostración irrefutable de que el cineasta sabe lo que se trae entre manos, pero también de que es incapaz de ir más allá, de otorgar algo de humanidad espontánea tanto a su desgraciada protagonista como a su propia voluntad de estilo.
A favor: La interpretación de Pauline Etienne y la aparición estelar de Isabelle Huppert como monje lesbiana.
En contra: En su aparente desenvoltura, resulta demasiado formal.