Algunos críticos de tendencia más conservadora la han tachado de discursiva o banal. Nada más alejado de las verdaderas cualidades y calidades que atesora esta cinta. Es siempre lamentable que las anteojeras ideológicas, en cualquier sentido, anulen el juicio objetivo de una manera tan flagrante. Se trata, por el contrario, de una película con gran hondura crítica y emocional que sabe afrontar el diagnóstico de unas determinadas capas sociales y, por extensión, del entorno global del que forman parte, se alimentan y al que indudablemente sostienen, y lo hace a través de las relaciones cruzadas entre cuatros parejas y dos de sus hijos adolescentes, no resultando panfletaria en ningún momento y cuidando mucho la puesta en escena, siempre impecable, amén de unos diálogos inteligentes que tienen su cénit en la determinante conversación mantenida por los cuatro protagonistas (espléndidos) donde se ponen en jaque cuestiones de enorme relevancia social, económica y existencial. Marcelo Piñeyro (Kamchatka, El Método) continúa excavando la veta más incómoda de su cine, y pone el dedo en la llaga al focalizar su mirada en las fronteras de separación-exclusión que las clases más pudientes van levantando en su vano y desesperado intento por mantener la “amenaza de los bárbaros” en los márgenes de su ostentoso, bien que volátil e inestable, bienestar económico, asentado casi siempre en flujos y operaciones financieras de dudosa corrección ética y marcada opacidad pública. Cuando las falsas seguridades caen, y lo que parecía sólido e incorruptible se muestra en todo su etéreo y efímero esplendor, es momento de hacer recapitulación de la propia historia y buscar un sentido a algo que quizás no lo haya tenido nunca. Película dura, feroz, áspera, cuyo palmario pesimismo deja dignos resquicios de esperanza asentados en decisiones individuales empeñadas en mantener invisibles lazos de solidaridad con las víctimas de cualquier tipo de abuso. Muy recomendable.