Es curioso el fenómeno por el cual una película o, mejor dicho, la particular lectura que podemos hacer de una película y de su textura narrativa, suele convertirla en mucho más interesante de lo que inicialmente nos ha parecido tras su primer pase. Veamos con más detalle lo que quiero referir respecto a la película de Guillem Morales, aparentemente una previsible cinta de suspense que juega la baza de la confusión paranormal para crear expectativas iniciales que más tarde abandonará a través de un medido efecto sorpresa. Me interesa hacer énfasis sobre la diferencia entre la lectura superficial y otra más profunda, referida precisamente a uno de los temas centrales de la película, la mirada. En este sentido el plano final es muy significativo al respecto: Julia, la protagonista excelentemente interpretada por una magnífica Belén Rueda, cumple el máximo anhelo de cualquier amante que se precie, a saber: convertirse en la mirada del ser amado, llegar a ver con sus ojos, ver a su través para llegar a vernos a nosotros mismos en una especie de exterioridad que al mismo tiempo nos constituye. Y ese es el fascinante fenómeno que tiene lugar a lo largo de todo el metraje, casi como un río subterráneo que fluye por debajo de toda la artificiosidad de género, dejando intuir la maravillosa complejidad de un proceso emocional que culmina en el entendimiento profundo de la razón del otro, aquella precisamente que se centra en el rasgo definitorio propio que nos hace especiales a su mirada, pero que nos extraña cuando lo vemos simbolizado en las palabras del amante. Lo realmente hermoso de la película, y por lo que sin duda merece una calificación de excelencia, es haber intuido la complejidad del goce residente en la mirada, propia y ajena, y que tal goce tenga que ver inevitablemente con un exceso doloroso, como el amor mismo, situado más allá del puro placer biológico para terminar por adentrarse en el territorio de lo puramente imaginario, una incierta nebulosa donde lo que se intuye sobrepasa con creces lo ofrecido por lo que propiamente se ve o se cree ver a partir de uno mismo. Así pues, “Los ojos de Julia” es probable que fracase como película de terror, pero solo para obtener un éxito inesperado al haber logrado iluminar otras mucho más ocultas zonas de penumbra, como una inopinada mirada al bies dentro del oscuro corazón humano.