En el mundo hay distintos tipos de cine, cine que emociona, cine que ilustra, cine que descoloca, cine que sobrecoge, etc... y a todos y cada uno de ellos les corresponde un tipo de forma, envoltorio y tono que termina definiendo la linea de lo que son y de lo que supondrán a posteriori en la historia del arte cinematográfico, hay un tipo determinado que ha logrado conseguir traspasar las barreras y los tabús del cine como forma de simple evasión o entretenimiento y que también alcanzan a despegarse de su contexto histórico a nivel argumental para trascender su legado a cotas aún más altas que el reconocimiento casual del aquí y ahora o el ayer y el mañana como conceptos de valor limitados hacia la obra en cuestión, para entendernos, películas que reflejan la esencia del ser humano, así como suena, no hablo de posturas, no hablo de declinaciones idealistas ni de relatos de libertad, hablo de nosotros y de nuestra imperfección, de nuestro subconsciente, de nuestro miedo, de nuestras negaciones y anhelos... películas que a la postre, determinan lo que somos, queramos o no asumirlo.
Todo comienza con la presentación de un personaje para los restos, de calado hondo y permanente, Freddie Quell, un tormento en ebullición, un terremoto en auge, una bestia salvaje obsesionada con el sexo y el alcohol de más alto grado, el camino apaleado de su desdicha irá a parar a un barco, sus pasos le harán subir a él y luego, la espiral comenzará a girar en un nido de paz, de admiración, de violencia, de dudas, de intentos, de frustración y de dependencia para concluir en una despedida dolorosamente purificadora que no es otra cosa que un irónico canto a viva voz sobre la individualidad y la voluntad del ser como sujeto, The Master plantea preguntas, expone consecuencias y las retuerce, las impregna de lecturas dobles imposibles de determinar con un solo visionado y te deja divagando en análisis exhaustivo con una sonrisa imborrable en la cara, sonrisa fruto de que sabes que lo has visto es algo imperecedero, algo que contiene no solo el origen dolido, oscuro y confuso de nuestra raza, si no la esencia del buen cine, del cine intocable, ese que te hace estrujarte la neura en busca de un punto flaco que no existe entre tanta fascinante y esplendorosa asimetría humana, cine a todas luces, superlativo.
Como superlativas son las personas que dan vida a sus protagonistas, de nuevo en una industria repleta de etiquetas, de actores del año, de la década y el siglo, viene Joaquin Phoenix y... nos mata a todos, hablaba en su día de que existía una línea que marcaba la diferencia entre lo que consistía interpretar a un personaje y SER el personaje, hasta aquí bien, pero es que lo que Phoenix hace aquí no es ni interpretar, ni transformarse, el muta, directamente, jamás en mi vida (y soy propenso a maravillarme, no a exagerar) he presenciado un nivel de mimetismo tal como el que este controvertido actor nos muestra en esta ocasión, la gama de emociones por las que ha de pasar, el deterioro físico que ha de padecer, es lo nunca visto, los traumas de Freddie son los suyos, suyas son sus adicciones y suyas son sus explosiones y sus estallidos, hace gala de una ira desbordada y de una contensión volcánica, cualquier premio que le ofrezcan o la negación de los mismos no significará nada, su interpretación es ya... inmortal, acompañado de un Philip Seymour Hoffman que desprende genio y soberbia a su paso, otorgando autenticidad, piedad y un encantador misterio al sublevado retrato de "el maestro" en un duelo cara a cara con Phoenix capaz de hacer enmudecer al crítico y al teatrero, secundados por Amy Adams en un no demasiado extenso papel al que hace brillar con una malicia astuta y una frialdad lacrimógena envidiables, convirtiéndo en clave su participación en este laberinto de humanidad animal no aceptada.
Tras un largo etcétera, una obra maestra, a falta de calificativos y ensimismados en vilo con las partituras desquiciadas y geniales de Johnny Greenwood, solo nos queda preguntarnos ¿es The Master una película indispensable para el conocimiento humano?... y mientras dejo que busqueis la respuesta yo accederé a publicar mi, a todas luces, insignificante cachito de amor, ahora estoy seguro de que he crecido, que solo hay algo seguro tratándose de animales y hombres, no hay nada que separe a lo uno de lo otro y mientras Anderson y compañía sigan molestándose en recordárnoslo, yo compartiré la simbiosis... encantado de haberlos conocido, a todos ellos.