Espacios y temperaturas
por Quim CasasNada hacía presagiar la contención y la fisicidad de 'Infierno blanco' teniendo en cuenta lo mostrado hasta la fecha por su director, Joe Carnahan, con títulos como 'Narc', 'Ases calientes' o 'El equipo A'. 'Infierno blanco', relato de supervivencia en la tundra subártica de media docena de trabajadores de una compañía de extracción petrolífera que sufren un accidente de avión y se enfrentan al frío, al hambre y a una manada de lobos, recuerda un poco a la espléndida última película de Peter Weir, 'Camino a la libertad', en la que el cineasta australiano contaba otra historia de supervivencia bajo cero, esta vez la de los presos de un gulag que atravesaron Siberia hasta llegar a la cordillera del Himalaya.
La Siberia de Weir y la Alaska de Carnahan se asemejan en su luz cegadora, en esos contornos de blanco sobre blanco, en las figuras humanas que caminan pesadamente mientras son violentadas por las temperaturas glaciales, en la ilusión de un paisaje, en realidad un desierto de nieve y hielo, que hay que atravesar porque todo espacio debe atravesarse, sea en busca de la libertad, la rendición o un refugio físico en el que guarecerse del curso implacable de la naturaleza: el frío inimaginable de la noche, el aullido del lobo durante toda la jornada.
Pero evidentemente, son dos películas distintas obra de dos cineastas que nada tienen en común salvo trabajar bajo pabellón hollywoodiense en el siglo XXI. Violeta Kovacsics comentaba en su blog (Puentes y caminos) que, en la comparativa entre estos dos filmes, Weir trabaja sobre los personajes y a Carnahan le interesan más las situaciones. 'Infierno blanco' es efectivamente un relato de situaciones (también de espacios y de temperaturas) en el que los personajes son cuerpos, figuras, representantes de un concepto simple, y lo importante es a lo que se enfrentan y el camino que eligen para el enfrentamiento.
La aventura se traduce en un estado más físico que íntimo o reflexivo pese a algunos destellos por intentar penetrar en la conciencia de esos personajes enfrentados a una situación límite. El que encarna Liam Neeson, un tipo escéptico que antes de la catástrofe estuvo a punto de suicidarse, tiene más rasgos definitorios que los otros, pero no por ello posee más profundidad. Carhahan, con todo, los filma por igual (hermanándolos con ese detalle, propio de un filme de guerra, de las carteras de los que van cayendo recogidas por el líder del grupo): los hombres aterrorizados en el momento del accidente aéreo, una secuencia construida antes sobre el sonido que la imagen; o la escena excelente en la que uno de ellos, con el tobillo hinchado, derrengado, decide quedarse junto al río para esperar la muerte mientras los otros dos únicos supervivientes le contemplan y aceptan su decisión. La concepción de este plano recuerda a John Ford filtrado por el Michael Cimino de 'Sunchaser', lo que demuestra que en Carnahan hay más madera que la del simple y escueto oficiante de películas.
A favor: La dimensión inquietante del paisaje que se debe transitar, la forma de mostrar algunas de las muertes, la ritualidad del enfrentamiento entre hombre y lobo.
En contra: Algunos detalles de "grupo en camaradería" algo tópicos.