Baile de pareja
por Daniel de Partearroyo¿De cuántas formas se puede marcar el comienzo (y el final) de una relación afectiva? ¿Sufren las emociones de obsolescencia programada? Con una reposada pero firme faceta como directora y guionista, la actriz Sarah Polley demuestra gran interés por indagar en el núcleo de algo tan inasible como la disipación del afecto. En 'Lejos de ella' (2006), el personaje de Julie Christie, no era capaz de ver el pasado junto a su marido a causa del alzheimer, lo que liberaba su disposición para la entrega amorosa hacia otra persona. En su nueva película, con pathos coheniano ya explícito desde el mismo título, es el futuro lo que desaparece del campo de visión de la protagonista Margot, interpretada por Michelle Williams en otra más de sus espectaculares apropiaciones de personajes complejos y descompuestos en pedazos de fragilidad y duda.
Margot es una escritora freelance casada con Lou (Seth Rogen), un autor de libros de cocina con quien vive en Toronto de forma más armónica y agradable que activamente amorosa. Hay cariño e intimidad, por supuesto, pero también cierta sensación de inercia sentimental que empieza a cuartearse cuando, en un viaje de trabajo, ella conoce a Daniel (Luke Kirby), su vecino de enfrente. La conexión que establecen no tarda en resquebrajar la perspectiva de Margot, el balance que intenta convencernos de que la felicidad es un estadio prolongable en el tiempo. 'La mujer casada', de Jean-Luc Godard, componía su suite de fragmentos sobre las dudas de una mujer burguesa y moderna de 1964, atrapada por la codificación igual de firme en la relación con su marido y con su amante. 'Take This Waltz' puede ayudarnos a ver cómo ha cambiado la cosa en nuestra década, si es que lo ha hecho. Sin caer en la desesperanza, pero siendo consciente de la amargura que implica toda elección, la conclusión de Polley es que seguimos siendo víctimas solitarias del movimiento único de la flecha erosionadora del tiempo.
La sensibilidad con la que la cineasta observa a sus personajes está fuera de toda duda. No se permite caer en juicios morales ante la tentación adúltera que surge entre Margot y Daniel y ni se plantea censurar su electrizante sexualidad sin que medie el contacto físico. Aunque la cálida fotografía de Luc Montpellier y el clima visual del film lo acercan a lo que podría ser un melodrama contado a través de un perfil de Pinterest (no es algo grave: fija la historia a los signos de su tiempo), Williams y Kirby trascienden toda superficialidad, aunque parte de su ritual de seducción no evite momentos evidentemente forzados (el baño en la piscina) en favor de la potencia de las imágenes. Pero otros derrochan de forma natural la belleza que se puede encontrar en cualquier sitio; no tiene por qué ser necesariamente la fantástica playa de Toronto al amanecer o una noria decadente, sólo depende de conseguir la armonía entre los factores de compañía y tiempo. El compás de 3/4 que Margot y la película luchan por atrapar.
A favor: La dureza con la que Polley pasa de la sensualidad al dolor en dos escenas clave: la conversación con cócteles entre Margot y Daniel, y la primera vuelta en la noria, capaz de resignificar el efecto de una canción como 'Video Killed the Radio Star' para siempre.
En contra: Que traicione la sutileza para recalcar su estructura circular de forma innecesaria.