Nostalgia de Tom Cruise
por Manuel YáñezLa premisa central de 'Sin salida', que no es otra que intentar convertir al "crepusculito" Taylor Lautner en el nuevo Tom Cruise, nos sirve, entre otras cosas, para ver cómo ha cambiado la figura del héroe juvenil desde aquellos maravillosos ochenta hasta la actualidad. ¿Recordáis los inicios dorados de Cruise? Su condición de sex symbol post-adolescente se afianzaba en detalles de lo más cool: la chupa de piloto y la moto de alta cilindrada de 'Top Gun. Ídolos del aire', las gafas de sol de 'Risky Bussines', y el descaro y la falsa autosuficiencia de 'Cocktail' y 'El color del dinero'. Años más tarde llegaría la sensacional 'Mission: Impossible', que asentaría a Cruise como el mejor de los (anti)héroes de acción física —pensemos en las magistrales 'Collateral' y 'Minority Report'—. Pues bien, algo de todo esto lo podemos encontrar en el Nathan al que da vida Lautner en 'Sin salida'. Aunque, decir que el carisma de Lautner no le llega ni a la suela del zapato de Cruise es ser incluso piadoso. Propulsado al éxito por sus esculpidos abdominales y pectorales (algo que se encarga de exhibir a las mínimas de cambio), por su exótico look de raíces nativas americanas y por su capacidad para proyectar miradas casto-lascivas (la marca de fábrica de la saga 'Crepúsculo'), Lautner no es el único culpable del naufragio de 'Sin salida'. El chico es sólo el instrumento de un esquema fallido.
Lejos de la determinación y transparencia de los primeros papeles de Cruise, aquí Lautner se ve obligado a poner en escena un tormento interior para el que no tiene suficientes dotes actorales. Para dar credibilidad a un chaval marcado por el insomnio, los ataques de ira y las dudas existenciales, la película necesitaría un cruce entre Joaquin Phoenix y Matt Damon, cuyo Jason Bourne planea claramente sobre el relato. En fin, que a los héroes juveniles de hoy no se les permite gozar de sus altos índices de testosterona: deben convertirse en histriónicos emisarios de un angst adolescente maniqueo y afectado.
En cuanto al filme en su conjunto, no hay por donde redimirlo. El endeble guión se dedica a despachar, de forma esquemática, las secuencias de rigor: la escena de artes marciales entre un padre facistoide y un hijo inconsciente de su destino; lamentables escenas románticas; momentos de acción en los que resulta difícil enterarse de qué está pasando; y una recta final en la que confluye un imposible drama paterno-filial y la ridícula aparición de un mega-villano interpretado por Michael Nyqvist, el Blomkvist de la saga ‘Millenium'. Ni siquiera algunos secundarios de altura, como Maria Bello o Sigourney Weaver consiguen levantar el nivel medio de una película dirigida por el otrora defendible John Singleton. Lejos quedan sus inclementes retratos de la juventud afroamericana y las tensiones raciales en películas como 'Los chicos del barrio' o 'Semillas de rencor'. Aquí, convertido en un títere a las órdenes de una industria convencida del potencial estelar de Lautner, Singleton recibe la misión de actualizar el mito del héroe púber. El problema es que en vez de contar con un nuevo Tom Cruise, le endosan al próximo Steven Seagal.
A favor: Por elegir algo, el momento kick-ass de Maria Bello.
En contra: Las escenas románticas: un festival de vergüenza ajena.