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    Gravity
    Críticas
    3,5
    Buena
    Gravity

    Via crucis en el espacio exterior

    por Mario Santiago

    Siete años después del estreno de 'Hijos de los hombres', el director mexicano Alfonso Cuarón ('Y tu mamá también') vuelve a encontrar en la ciencia ficción el escaparate idóneo para dar rienda suelta a su mundo de personajes ofuscados que hallarán en la aventura una forma de lidiar con sus secretos y aflicciones. De hecho, 'Gravity', su torrencial odisea espacial, es una de esas películas en las que la personalidad de un director encuentra acomodo en las posibilidades ofrecidas por una nueva tecnología, como suele ocurrir en las mejores películas de David Fincher o de la factoría Pixar. En este caso, la historia planteada por Cuarón y su coguionista (e hijo) Jonás -un convencional relato de hundimiento, negociación de un trauma y resurrección- da pie a una memorable primera hora de película. Un segmento organizado en extensísimos planos secuencia digitalizados (es decir, llenos de cortes ocultos) que hace realidad la utopía de generar en el espectador la ilusión de la ingravidez.

    Como ya demostró en su anterior film, Cuarón siente debilidad por las coreografías escénicas de gran complejidad y alta precisión. Y si en 'Hijos de los hombres' el uso de planos secuencia terminaba apuntando hacia un cierto exhibicionismo, aquí la idea de la continuidad tiene una poderosa razón de ser: es gracias a esa ilusión de verismo que Cuarón consigue reinventar el modo en que el espectador se orienta dentro de la acción. Ya no hay arriba y abajo, ni noción de peso, ni línea del horizonte: el espacio exterior se convierte en un espacio virtual -en prodigioso 3D- por el que navegar en un perpetuo estado de desorientación y fascinación. Y la prueba de que el experimento funciona es que, a pesar de las imposibles cabriolas narrativas -protagonizadas por dos astronautas perdidos por el espacio después de la destrucción de su trasbordador-, uno no tiene ni un momento para cuestionarse por la verosimilitud del relato.

    Asumiendo que la primera hora de 'Gravity' parece el sueño húmedo de directores como Brian de Palma o Johnnie To -o quizás la pesadilla de un James Cameron que debe estar muriéndose de envidia por el logro técnico-artístico de Cuarón-, hay que reconocer que, en su segunda mitad, las trampas de guión y el relativo simplismo de los resortes psicológicos de la trama limitan el alcance global de la obra. Un juego de caídas y resurrecciones con el que Cuarón aspira a escarbar en la esencia primitiva de la existencia humana: el espacio exterior de 'Gravity' se convierte en un territorio tan abstracto como el del inicio y final de 'El árbol de la vida' de Terrence Malick. La idea del film consiste en penetrar en el alma de la protagonista (Sandra Bullock) neutralizando todo resquicio de la vida social y aislando sus emociones en un vacío sideral. La pena es que para rematar la epopeya de la protagonista, Cuarón necesita magnificar su viaje utilizando métodos poco nobles, como el subrayado de una lágrima que gracias al 3D se pasea por encima del patio de butacas, o como el uso de una estruendosa y aturdidora banda sonora. Digamos que el vía crucis que nos presenta Cuarón se emparenta con los del cine de Mel Gibson en su (escaso) grado de sutilidad.

    Comentario aparte merece el dúo de intérpretes que nos guía a través de 'Gravity'. De su lado, George Clooney que se pasea por el espacio exterior como si fuese un humorista de stand-up arrasando en un escenario de Las Vegas. Vale la pena recordar que el mejor Clooney es el de las comedias de los hermanos Coen; aquí no es un idiota, sino un McGyver del espacio, pero su encanto reluce como nunca enfundado en el traje de astronauta. Y luego está Sandra Bullock, en el que es probablemente el mejor papel de su carrera. A nivel físico, no sería exagerado comparar el despliegue de Bullock con el de la Sigourney Weaver de la saga de 'Alien', con el añadido de tener que sobrellevar más de un extenso primer plano en el que no valen los trucos fáciles. Al borde de lo andrógino -en un camino de neutralización de todo rasgo maternal- Bullock afronta un tour de force dramático cuyo sentimentalismo no desvirtúa su imponente labor actoral. Un trabajo que pone el broche de oro a una película que, con sus limitaciones, nos reconcilia con la idea de un cine de gran formato (industrial) capaz de reunir vigor técnico, fuerza sensorial y un cierto trasfondo filosófico.

    A favor: Su dimensión sensorial.

    En contra: Un guión dispuesto a todo para consumar la odisea existencial de la protagonista.

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