Son contadas las veces en que una película de animación aporta valiosas enseñanzas al espectador, sobre todo cuando se trata de ayudar a reconocer qué debería ser esencial en nuestra vida y nuestro tránsito hacia la etapa adulta, la necesidad de dejar una huella imborrable en nuestros seres queridos y cómo afrontar su pérdida. Cuando, además, esa historia que puede ayudarnos a ser más felices se cuenta con un estilo visual y una animación tan encantadores como los desplegados en "El Principito" de Mark Osborne, uno no puede más que verse obligado a recomendar encarecidamente su visionado, si bien resignado a que las películas de animación que más triunfan se alejan del patrón seguido en la adaptación animada de la obra de Antoine de Saint-Exupéry, y se acercan más a las historias - divertidas, sí, pero vacías de contenido - de Minions, Mascotas y supervivientes de la Edad de Hielo, que pueden repetirse una y otra vez e incluso ganan espectadores con cada secuela. Es más, "El Principito" fue incomprensiblemente desdeñada por Paramount días antes de su estreno, y resulta más que probable que sus cifras de recaudación se asemejen a otras joyas de orfebrería animada olvidadas por el gran público como "Kubo y las Dos Cuerdas" o "La Oveja Shaun: La Película"; por eso, el hecho de que finalmente esta película del año pasado haya llegado a estrenarse en las pantallas del país debe considerarse como un pequeño milagro y un regalo como lo fue la amistad del Principito para aquel aviador perdido en el desierto y, como los regalos, debería recibirse con los brazos abiertos.
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Lo mejor: las escenas animadas en stop motion constituyen un reflejo fiel y bellísimo de la historia contada en El Principito y de sus ilustraciones en acuarela.
Lo peor: cierto desequilibrio entre la historia de El Principito y aquella que le sirve de marco, la amistad entre la niña y el anciano, que se lleva mayor peso y resulta algo excesiva hacia el tercer acto.